La escritora Dora Muñoz presenta su obra en Palma. | Jaume Morey

TW
0

Jürgen Neumann, un alemán aficionado a la ornitología que vivía en Mallorca desde hacía 40 años, aparece muerto en el Parc Natural de s'Albufera, en el término municipal de Muro. Este es el punto de partida de la nueva novela de Dora Muñoz (Palma, 1954), Arrels i ales (Llibres del delicte).
Más allá de desentrañar quién es el asesino, la autora asegura que, si bien en la novela negra suele interesar el quién, «a mí solamente me importa el porqué». «No se trata de justificar un crimen, pero sí de tratar entenderlo», aclara. La presentará este miércoles, a las 19.00 horas, en Quars Llibres, Palma (Parellades, 12). La autora estará acompañada por Antoni Font Gelabert, consultor ambiental y activista.

Maria-Antònia Oliver, pionera por introducir por primera vez a una mujer investigadora, la mítica Lònia Guiu, es el referente de Muñoz. «Me encuentro muy cómoda en este género porque me facilita el poder bucear o profundizar en los aspectos más oscuros de la sociedad, en las partes que no queremos ver. Lo más importante de la novela negra es la crítica social. A mí me gusta que haya acción y suspense, pero que también inviten a reflexionar. La novela negra es la novela moral de nuestros tiempos y parte de ese descubrimiento de lo que no ves», matiza.

Sin ánimo de estropear o desvelar la trama, la autora reconoce que «sobre todo se mata por venganza, amor, dinero y avaricia; diría que especialmente por este último. Por venganza se mata menos, pero es el caso de Arrels i ales», avanza.

Viaje

Y en esa búsqueda del porqué, la autora ofrece un viaje espacial y temporal a Berlín, en la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) y la caída del muro de Berlín. «Tengo muchos recuerdos de aquella época. Me impactó mucho ir descubriendo todo lo que había pasado, porque cuando eres joven te lo crees más, pero te das cuenta de que las utopías producen monstruos», apunta. «Y mucha gente todavía cree que lo que sucedía estaba bien. Ciertamente tenía cosas buenas, como la educación para todo el mundo y gratuita, la homosexualidad estaba permitida y también el aborto, el acceso a la vivienda estaba garantizado... No todo es malo en el comunismo, ¡pero había tantas cosas malas, tanta represión! El muro de Berlín no se construyó para que la gente no entrara, sino para que no salieran. Como ocurre ahora. La libertad es muy importante y tener miedo hace que todo lo demás positivo no valga la pena», declara.

En cuanto al trasfondo social, la novela aborda temas como el racismo, el mundo de las drogas y la huella que deja en las relaciones familiares, así como el concepto de familia en sí, cada vez más abierto. Y es que Jürgen, el hombre asesinado, tenía como pareja a un hombre y a su vez Lola, su hija adoptiva, es transexual. Sin embargo, todos estos elementos están introducidos de una manera muy natural, sin calzador ni paternalismos. De hecho, Lola es lo que se suele llamar «un caso perdido» de la sociedad que proviene de una «familia desestructurada». Cuestiones que también invitan a debatir. «A unos padres que viajan o trabajan todo el día y dejan solos a sus hijos a veces no se los quitan. Hay unos componentes económicos y de clase que marcan», lamenta.