Dos hechos conectan a Bonanova con Borges. El primero, el ‘Manifiesto Ultra’ que firmaron en el ‘Baleares’ en 1921. El segundo, ‘Ciudadano Kane’, donde sale Bonanova y que no gustó al argentino. | Archivo

TW
0

En 1941, Jorge Luis Borges publicó una crítica sobre Ciudadano Kane. No le gustó mucho la cinta de Orson Welles al argentino. Le pareció «pedante y un laberinto sin centro». Con el tiempo, Welles respondió: «En su mente veía y atacaba algo más allá de la película. El problema era él, no mi obra». Qué motivó el rechazo de Borges por la historia de Charles Foster Kane lo sabe solo Borges, pero no es una locura que tuviera razón la conjetura del director porque su filme entraña un recuerdo del pasado isleño de Borges que trató de ocultar. Un recuerdo con nombre: Fortunio Bonanova.

Pero, ¿quién era este hombre de nombre tan rimbombante? Su vida está envuelta en una bruma promovida por él mismo. Bonanova fue varias personas: actor, músico, cantante, escritor de novelas que no se publicaron, poeta. Ni su nombre era real. A pesar de todo, hay certezas: nació en la calle Apuntadors de Palma tal día como hoy hace 128 años con el menos estrafalario nombre de Josep Lluís Moll. Huérfano de padre a temprana edad, mostró simpatía hacia el arte desde joven. Se formó como cantante y debutó en zarzuelas y óperas, girando por varios lugares. No obstante, fue en el cine donde sobresalió, con una carrera que arrancó como Don Juan en la adaptación de Ricardo de Baños de 1922.

Tras ello cruzó el charco y, antes de llegar a Estados Unidos, se le sigue la pista en Uruguay, Argentina, México y Cuba, donde el rotativo Gráfico alabó sus virtudes como «formidable tipo dramático y figura romántica» en cintas como Granada o a las órdenes de Arcady Boytler, entre otros. Esta descripción es, de hecho, preludio del papel que interpretaría más fuera que dentro de la pantalla. Y hay hasta quien sospecha que esas palabras las escribió él mismo.

Y es que la bruma que le rodea es digna de un embaucador de cine, del electrizante personaje que, por misterioso, encandila. El pasado y el futuro de Bonanova variaba a voluntad: decía ser torero, pero solo lo fue en la ficción; se vendía como galán de oro en Hollywood junto a Gary Cooper; se hizo pasar por boxeador y siempre tenía un papel protagonista en uno de esos horizontes inalcanzables de los westerns de John Ford para quien, por cierto, actuó en El fugitivo.

Las mil vidas y una muerte del esquivo Fortunio Bonanova
Bonanova (a la derecha), junto al resto del reparto de ‘Two latins from Manhattan', de Columbia.

La Spanish Sensation, como se le conoció, triunfó en América, aunque no para llegar a ser una estrella: giró con gente como Mae Murray, actuó en Broadway, grabó discos para Columbia, trabajó con Empire Films, protagonizó artículos de prensa rosa y sumó una lista de títulos envidiable para cualquiera, más si tenemos en cuenta que era un extranjero en tierras americanas: Perdición, de Billy Wilder, y Por quién doblan las campanas, de Sam Wood, por nombrar solo un par.

Pero si hay un film que destaca es Ciudadano Kane. Es ahí donde, quizá, Borges dio un respingo al verle. Como es sabido, el argentino fue ilustre visitante de Mallorca en los años 20 cuando firmó en el Baleares su Manifiesto Ultra, declaración del movimiento que abogaba por una poesía hermética, extrema y por ir ‘más allá'. Los firmantes, además de Borges, fueron Jacob Sureda, Joan Alomar y un joven desconocido: Fortunio Bonanova. Años después, Borges renegó de sus flirteos ultras y hasta boicoteó la publicación de sus obras de juventud. No es de extrañar, pues, que Borges se sorprendiera al reconocer en pantalla a un compañero ultra y despertara una mezcla de añoranza y algo de vergüenza. Es probable que Welles tuviera razón, pues, al decir que había ‘algo más' en su crítica: su pasado ultraísta encarnado por la histriónica cara del mallorquín que fue todo lo más allá que pudo.

Evidencia

Todo esto es conjetura. La evidencia es que Bonanova murió de una apoplejía el 2 de abril de 1969 tras ver Madame Bovary en Los Ángeles. Reposa en el Holy Cross Cemetery, donde hace silenciosa compañía a colegas de profesión. En su lápida, ni rastro de Josep Lluís Moll, solo aparece su nombre artístico. He aquí su compromiso con su propio personaje, quizá el mejor que interpretara nunca. Una forma creativa de ganarse la inmortalidad, ya que Josep Lluís Moll no llegó a morir nunca, quien lo hizo Fortunio Bonanova.