Contra el món es un título propio de un manifesto.
— El epígrafe de Kafka ya sugiere que no se trata de un manifiesto contra el mundo, aunque sí es verdad que los protagonistas de la historia [un pintor, un exdirector del sector hotelero y un activista ecologista] son personas que, de un modo u otro, van contra el mundo, contra ciertas dinámicas sociomorales o políticas. Como dice Kafka, en la batalla entre tú y el mundo, tú siempre tienes las de perder, por lo que vale más estar al lado del mundo, que es lo que hace la inmensa mayoría. Una de las tesis política y existencial de la novela es que vivimos en una época en la que la realidad y las cosas son cada vez más fatalmente como son y son más imposibles de cambiar. Y eso genera mucha frustración e impotencia, que yo he querido narrativizar y humanizar. A principios del siglo XX los individuos se podían sentir más protagonistas de su vida, con todos los matices que quieras, pero un obrero de la Rusia de principios de siglo podía creer que si él y los suyos hacían la revolución cambiarían las cosas, o el liberal capitalista de espíritu humanista de los años 50 en Estados Unidos creía que podría hacer que el capitalismo más beneficioso para todos. Hoy en día todo es tan complejo y tan enorme, tan monolíticamente bestial, que las cosas se te imponen tal como son a todos los niveles. Todos mis personajes están atravesados por un abatimiento y una desesperación considerables, lo que pasa es que a la vez están llenos de energía y vitalidad.
¿De dónde surge esta idea?
— Lo que diré no se tiene que entender como algo valorativo, sino puramente cronológico: la literatura catalana de Mallorca ha escrito muchas elegías de la Isla y de la mallorquinidad. En mi caso, con esta premisa argumental tan bestia que me he inventado he intentado escribir un testamento postapocalíptico. Tengo la sensación de que en Mallorca, y otras partes del mundo, vivimos un momento de emergencia total, que no todo el mundo comparte, pero son muchos que sí lo hacen: medioambiental, lingüísticocultural, socioecónomica... En base a esa crisis estructural que lo atraviesa todo, lo que he hecho ha sido precipitar los acontecimientos y magnificarlos. Cojo conflictos, debates, temas, preocupaciones y urgencias que ahora están ahí, pero puede que de forma sutil o subterránea, aún no tan dramática y con mi premisa argumental las disparo. El tono de la novela refleja el ambiente y el ánimo que habrá en Mallorca dentro de veinte años.
La Serra desaparece de repente, pero antes hay avisos de que algo no va bien.
— La hago desaparecer porque es el gran emblema de Mallorca, pero también es donde hay más riqueza natural y patrimonial. ¡Y tanta suerte que existe! Imagínate cómo estaría construida esa costa y cuánta gente viviría en Mallorca... Sería como una especie de Los Ángeles conectado por urbanizaciones y por carreteras y autopistas. Haciendo que esto desaparezca pongo en marcha una serie de dinámicas que en realidad ya están ahí: especulación urbanística, de construcción en función de un determinado modelo de sociedad... Cuanto tienes un gran solar o un gran descampado puedes decidir qué harás allí y, en función de esa decisión, la sociedad que vivirá en ese mundo será una u otra. Si decides construir en este gran terreno hoteles y casinos tendrás una Mallorca y si decides que allí harás grandes parques o bosques, tendrás otro tipo de sociedad. Podemos decidir qué somos y qué haremos y en Mallorca parece que fatalmente hemos decidido hace mucho que seríamos una cosa y no es que eso ya no sea negociable o revertible, es que parece que ya no es ni discutible.
Dice que es una base argumental muy bestia, pero hace que no suene tan descabellado.
— Hacía diez años que la idea me rondaba la cabeza, pero no sabía cómo convertirla en algo literariamente plausible, que no fuera una frikada demencial. Y es que a partir de esa premisa he escrito una novela realista, aunque eso no quita que tenga un punto alucinante. Me di cuenta que se podía naturalizar fue, en primer lugar, cuando estalló la pandemia y lo imposible sucedió. Lo más bestia no fue el confinamiento en sí, sino la rapidez en la que se normalizó lo imposible. Y, en segundo lugar, cuando viajé durante un par de días a Arabia Saudí y vi con mis propios ojos que estaban construyendo una ciudad futurista en medio de la nada del desierto. Ahí fue cuando me di cuenta que i idea era perfectamente convertible en una novela y una obra de arte.
La novela es también una gran reflexión sobre Mallorca y la identidad, sobre cómo la hemos tratado.
— Que Mallorca es una isla al margen del mundo es un tópico muy extendido, pero es que encima no es verdad: Mallorca, en estos momentos, es el mundo magnificado, concentrado y acelerado. Es una novela muy mallorquina, pero es que esa es mi manera de que sea universal. Solo acomplejados provincianos piensan que las cosas tienen que pasar en Nueva York, París o Madrid para ser universal. Soy mallorquín de Campanet y creo que serlo es mi manera de ser ciudadano del planeta. Pero siendo mallorquín de Campanet, no anulándome a mí.
Es muy duro con los mallorquines.
— Sí, porque Mallorca y los mallorquines hemos ido encadenando errores y nos queremos muy poco... ¿Qué es la mallorquinidad? Se habla mucho, y está bien que sea así, del trauma y del dolor de aquellos que tienen que huir de casa y adaptarse a una nueva realidad, pero no se habla tanto de aquellos que han visto en muy poco tiempo cómo ha cambiado su entorno, las formas de hacer las cosas, la lengua o los paisajes. Son dos traumas que van de la mano y a menudo en Mallorca, de forma interesada, solo se habla de uno.
Uno de los protagonistas, Sebastià, es un pintor abstracto que, cuando desaparece la Serra, se pone a pintar las montañas y no sabe por qué.
— Todos los personajes hacen cosas que no acaban de entender por qué las hacen. Lo que ha sucedido es tan enorme que se ven desbordados, no son amos de sus vidas. En el caso de Sebastià, durante veinte años tiene unas convicciones estéticas que, ante lo sucedido, se ve empujado a hacer todo lo que hace un tiempo le parecía impropio de él.
Muestra un mundo del arte muy perverso.
— Es que lo es, mucho más que el de la literatura. El mundo del arte está muy distorsionado por el dinero y por unos intereses comerciales y estrategias publicitarias que no son tan brutales en la literatura. De la cultura, el del arte es el más terrible de todos.
Miquel, otro de los protagonistas y que es activista ecologista, lamenta que:«Mallorca no era el paradís, no, però ho hauria pogut ser, i és d'aquest paradís possible que els mallorquins hem estat proscrits», razona Sebastià.
— Y es que aquí no se idealiza la Mallorca del pasado, al contrario, era una Mallorca durísima, con muchos conflictos, escasez... Por eso no se sublima, no era una Arcàdia, pero sí que podríamos haber sido mucho mejores de lo que somos con lo que teníamos y con lo que ha venido. Y en vez de acercarnos a la mejor versión de lo que podríamos haber sido, cada vez nos acercamos más a la peor versión.
¿Cree que el fin del mundo ya está aquí o que empezará en Mallorca?
— El mundo no se termina nunca, continuará incluso después del fin del mundo o de una apocalipsis nuclear. Eso no quiere decir que nos podamos permitir el lujo de que suceda. Pero las cuestiones importantes pasan por reflexionar sobre qué mundo queremos o cómo queremos relacionarnos con él. Antes he dicho que esta novela es un testamento postapocalíptico, pero no es una novela apocalíptica, sino desquiciada.
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