El escenario de Ses Voltes acogió una vez más la representación del Vía Crucis. | M. À. Cañellas

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Una veintena de personas inmóviles frente al edificio de Cort contrastaban con el incesante trasiego de turistas. No movían ni un ápice y asistían impasibles a la mirada de los curiosos, que no eran pocos. El tañido de las campanas marcó las doce y solo entonces, como si les insuflaran renovada vida, la compañía echó a andar al ritmo de un solitario tambor.

El recorrido, que ha tenido lugar la mañana de este Viernes Santo, lo llevó a cabo Taula Rodona, la formación que durante 36 años –serían 38 si no fuera por la pandemia– ha representado de manera tradicional el Vía Crucis de Llorenç Moyà, un poemario de 14 estaciones que toma Palma con sus versos abstractos y «emotivos», como los describió Bernat Pujol, director de la compañía.

Al son del tambor, los 18 actores recrearon ese tortuoso camino que ya anduvo Jesús hacia el lugar en el que sería crucificado y convirtieron la calle Conquistador, el lateral de S'Hort des Rei y Dalt Murada en un palmesano calvario, un Gólgota de intramuros que llamó la atención de los cientos de personas –más turistas que ciudadanos– que atestaban las calles y aceras.

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Muchos de ellos, quizá por llenar un rato en sus días de vacaciones o quizá por interés real, decidieron seguir el recorrido que finalizó en Ses Voltes, donde el público aguardaba sentado y aquel tambor solitario era contestado por un segundo que anunciaba el inicio de la función.

Allí, en un escenario casi inmejorable –hasta 2019 la obra se representaba en las escaleras de la Seu como «marco incomparable», pero se trasladó para comodidad de actores y público–, y ante un respetable donde podían encontrarse cabezas al sol o enfundadas en gorros y gorras de todo tipo –desde decoradas con la bandera de Gales hasta el clásico sombrero de paja–, los casi treinta miembros de la producción deleitaron con cantos, narraciones y actuaciones a todos los presentes que se agolparon sobre las murallas y ocuparon todas las sillas disponibles.

Así pues, los intérpretes, muchos de los cuales son sospechosos habituales, fueron Àngel Colomer (Cristo); Ana Garcia (la Madre de Dios); Xisca Sureda (Verònica); Sara Mingolla (Cirineu); David Martín y Toni Borràs (los soldados romanos); y Eric Mascaró y Rafael Pizarro (ladrones). El reparto lo completaron Carles Expósito, Àngel Mascaró, Aina Segura, Margalida Bibiloni, Carme Feliu, Isabel María Monterde, Margalida Coll, Clara Pascual, Aina Borràs y Alba Pascual. Por otro lado, Bernat Pujol hizo de presentador y Catalina Sureda, Maria Magdalena Aguiló, Pep Banyo y Miquel Garau fueron los lectores. Finalmente, la músico corrió a cargo de Jaume Salom, Teresa Gil y Carlos Gil.

Todos ellos fueron los responsables de recrear esta Pasión catártica y dramática en la que hubo de todo, desde perros juguetones hasta turistas montados sobre segways que hubieran atermoizado a romanos y judíos. No obstante, la función, como también manda la tradición, transcurrió sin incidentes y, a pleno sol, pero con buena temperatura, y los versos de Llorenç Moyà retumbaron nuevamente entre los muros de Ses Voltes, elevando la Pasión al reino del teatro, que es de lo que hablamos, y en la que el silencio del Cristo crucificado fue abrazado por un estruendoso aplauso.