Melendi, en un momento de su actuación de este sábado en Mallorca. | Emilio Queirolo

TW
2

Cinco mil gargantas cantaron a voz en grito durante dos horas, mientras sus cuerpos se agitaban y en sus semblantes reinaba la mayor de las sonrisas. Parecía que una ola de felicidad había inundado el recinto del Mallorca Live Festival. El culpable de semejante guirigay era un espigado asturiano, más callejero que los gatos, que nada entre el pop, la rumba y el rock. Con todo el papel vendido, Melendi convirtió su actuación en una explosión de fuegos artificiales desde el inicio, al vuelo de ‘Likes y cicatrices’, tema que evidencia que su último trabajo ha impactado entre el público.

Melendi mezclaba viejas y nuevas canciones y el público se limitaba a poner los coros. Temas que parten de sus raíces, sumergiéndose en una amalgama rítmica en la que todo cabe. Una mezcla que se digiere sin problemas, entra sola gracias a una banda sólida y un escenario realmente espectacular, con una pantalla gigante y un diseño de luces tan dinámico como efectivo.

Eq08072023002-04.jpg
El artista asturiano, interpretando uno de sus temas. Foto: Emilio Queirolo

El cantante volvió a reivindicarse como uno de los mayores generadores de éxitos del mercado español, su música ha madurado, se ha deshecho de lo accesorio para concentrarse en la simpleza, basándose en la máxima irrefutable del ‘menos es más’. En directo, su registro se amplifica y cobra forma de rumba, de reggae, de bossa y de un rock latino altamente contagioso; por mucho que en el estudio renuncie a piruetas de innovación, pero es que tampoco las necesita. Otra cosa será que la falta de renovación le pase factura en un futuro más o menos cercano, pero eso sólo el tiempo podrá aclararlo. Hoy, el rugido de un público cómplice y decidido a exprimir el momento certificó el buen momento de este asturiano, cosecha de 1979.

Eq08072023002-11.jpg
Miles de seguidores de Melendi, disfrutando de su actuación. Foto: Emilio Queirolo

Dueño y señor del escenario, Melendi se paseaba a sus anchas por la tarima con un look rockero de pantalón pitillo y camiseta sin mangas. Solo le faltaba una cerveza en la mano. Rostro relajado, sonrisilla por aquí y gracieta por allá, se mostró cercano y cordial con los fans, a quienes obsequió con sus historias de barrio, algunas tan negras como el panorama social que vivimos; mientras que el resto encarnan las pequeñas alegrías cotidianas que nos ayudan a levantarnos cada mañana. Su música es tan popular que uno la imagina en el contexto festivo de una feria... con el ambiente oliendo a fritanga, un niño paseando con un globo de la mano y un tipo vendiendo boletos para una Chochona. Pero no había nada de eso. Si acaso la magia de esas estampas que a la mayoría nos conectan con días felices.

Hay cosas que Melendi se ha ido dejando por el camino: su encanto de extrarradio ha perdido brillo, y sus textos parecen despojados de la chispa canalla de antaño, aunque han ganado en madurez y consistencia. Existen otros asuntos en los que ha mejorado: su voz suena más recia y segura, su puesta en escena es más cuidada; y su música llega a un público transversal, en cuanto a edad y espectro social se refiere. Como muestra un botón: a escasos metros de mi posición, entre sorbos de cerveza, una joven de apenas veinte años le deslizaba a su acompañante ‘te lo juro, tía, esto está lleno de ‘puretas’ cantando lo mismo que nosotras’. Este testimonio, aunque simplista, arroja un dato incontestable: el público de Melendi no tiene edad.