Elisa Victoria, que acaba de publicar 'Otaberra', participa este sábado en el Festival Literatura Expandida a Magaluf (FLEM). | Joaquín León

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Un pueblo puede ser un castigo, un agujero negro que lo engulle todo. Puede, por lo tanto, ser tóxico e incluso matarte. Ese pueblo se llama Otaberra y da nombre a la nueva novela de Elisa Victoria (Sevilla, 1985), que llega tras Vozdevieja (Blackie Books, 2019) y El Evangelio (Blackie Books, 2021). La autora, que repite con la misma editorial, participa este sábado 7 de octubre en el Festival Literatura Expandida a Magaluf (FLEM), donde conversará con Jacobo Bergareche. La cita, organizada por Rata Corner e Innside by Melià, arranca este mismo jueves a las 19.00 horas.

La protagonista, Renata, sufre una disociación, vive en piloto automático y todo ocurre como si ella fuera espectadora de su vida. ¿Cree que es algo más frecuente de lo que parece o que es propio de una generación?
Me faltan teorías, lecturas y reflexiones para saber si es algo generacional, pero sí que creo que pase más a menudo. Puede que lleve incluso ocurriendo durante siglos, pero no tenía un nombre o no era popular y, en cambio, ahora la gente habla de la disociación, de ese encontrarse en un limbo en el que proyectas el futuro, pero recuerdas insistentemente el pasado y el presente no existe. Hay gente que tiene muy afectada la salud mental porque está atascada en el bucle de imaginarse sin parar cómo hubieran sido las cosas y encuentra consuelo en esa imaginación.

¿A qué cree que se debe?
Tiene que ver con problemas con la comunicación con nuestro cuerpo y está relacionado con la dificultad para transitar por el presente con naturalidad. Nos encontramos con dimensiones paralelas: tendría que haber hecho esto así, mañana haré otra cosa... La cabeza está lejos y terminas sintiendo que hay una especie de ente que se ocupa de hablar y de moverse por ti mientras sientes que sigues siendo testigo de ese ente que tiene que ver contigo, pero que no lo es del todo. Es una experiencia extraña, pero se habla más de ella. La exposición en público lo intensifica.

Con tanta entrevista, ¿le ha pasado a usted alguna vez?
Me pasa muy a menudo. Antes de Vozdevieja había publicado otros libros, pero en un circuito más independiente, pequeño y de confianza; pero con Vozdevieja empecé a hacer más presentaciones, conferencias, entrevistas en la tele... Me sentía muy expuesta. Entonces usé mis propias notas para hablar de ello, porque observaba cómo me ocurría. De hecho, hubo un experimento extremo en La Casa Encendida cuando me invitaron a hablar en la Noche de los Libros sobre el tema que quisiera. Estuve una hora hablando sola sobre la percepción del tiempo. Ahí decidí que en mi próximo libro, que es este, hablaría del comportamiento del tiempo y de que, cuando yo ya haya muerto, haya una especie de ensayo del metalenguaje. A mí eso me da mucho consuelo.

¿La escritura le da consuelo?
Hay ciertas actividades que te conectan con el hecho de notar que pierdes el tiempo. Esa actividad depende de cada persona y, en mi caso, es la escritura. Todo el tiempo estoy persiguiendo estar en el momento y me cuesta mucho, pero con la escritura eso me deja de importar.

En Otaberra se pone de manifiesto el odio a quien es diferente, a Eusebio, como si se tratara de una provocación o de un desprecio a quien supuestamente es ‘normal'.
Hay una especie de fobia a lo desconocido que pone a la gente violenta. He querido plasmar cómo se sienten los demás: desafiados y rechazados. Al final, los del pueblo piensan que lo que pasa es que a Eusebio no le gustan como son los demás y, por eso, lo entienden como una agresión, cuando no está para nada relacionado. El problema es que la gente no tiene información suficiente y no sabe gestionar las emociones. Lo que han experimentado desde pequeños es que la gente normal es así y, si no tienes referencias que se salgan de ahí, resulta que es amenazante e insultante. Así, la gente está acostumbrada a reprimir como es por seguridad.

Eusebio es repudiado por todos, incluso por su propia familia. Eso lleva a preguntarse por qué la gente tiene hijos, si no son capaces de ser libres como quieran.
Hay mucho tener hijos por intuición y sin más, pero es muy delicado. Tienes que prepararte para el acompañamiento con delicadeza para esa persona nueva y tienes que aceptar que no es como tu esperas, también a nivel estético. En este libro hay conflictos en la familia, pero también entre diferentes edades y puntos de vista generacionales, incluso hay choques con gente que se lleva bien. El más dramático es la incomprensión entre progenitores y descendencia, un conflicto muy común pero del que se reflexiona poco.

Una certeza aterradora es que nunca sabes a quién puedes estar traumatizando de por vida.
En el caso de los padres de Eusebio es algo muy común. Si el hijo está pasando por una fase de desubicación y de rechazo social, hay dos caminos muy marcados: apoyarle y darle esperanzas, decirle que no es su culpa, o culparlo absolutamente y sentir que han hecho todo lo que podían. Ese ‘yo ya le digo lo que tiene que hacer, con lo sencillo que es ser como los demás, vestir igual, ser heterosexual y buen estudiante'. Entonces los padres se frustran por tener un hijo rebelde que no sigue el camino correcto.

En Vozdevieja y, especialmente en El Evangelio, habla de esa incomprensión, especialmente hacia los niños y adolescentes.
Lo primero que tienes que hacer es interesarte por ellos. A partir de ahí puedes construir algo. No te van a escuchar si tienes un discurso invasor. El primer paso para el entendimiento es interesarse por saber quién eres tú, qué te gusta, qué te preocupa. Desde pequeño estamos cumpliendo normas sin parar, estamos cansados de que nos cuenten batallas y por eso agradecen que alguien les escuche. Y una vez les has escuchado, ellos puede que se interesen por alguna de tus batallas.