El Columpio Asesino actúa este viernes en Es Gremi.

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El Columpio Asesino tiene un sonido difícilmente clasificable. Siempre con un estilo muy personal, mezclan guitarras, electrónica y oscuridad en canciones ruidosas pero melancólicas, agresivas pero contemplativas. Y sus textos, que no desentonan con la música, ofrecen una lectura de la vida ennegrecida y algo taciturna. Si con esto aun no termina de ubicarles, haga esta prueba: mezcle el shoegaze primitivo de The Jesus & Mary Chain con el post punk gélido de Décima Víctima, el resultado se acercará peligrosamente al sonido del conjunto navarro, una de las bandas que mejor han plasmado los ritmos más lúgubres e impetuosos de los ‘80. La sala Es Gremi acoge este viernes (21.00) su gira de despedida, Amarga baja, con la que ponen punto y final a una sólida trayectoria de 23 años.

Su último disco lleva por título Ataque celeste (2020), un trabajo surtido de kraut rock y alardes de un pop elegante y sintetizado, una mezcla que prende con fuerza generando una hoguera que, como la de aquél cuarteto de Manchester, nunca se apaga. Sus letras hablan del ángel y el demonio que todos llevamos dentro, de nihilismo, de existencialismo, de desamor… En este álbum, el sonido de cuchillos afilados y palabras incómodas de El Columpio Asesino renace con el brillo de quien se ha tomado la molestia de pulir aristas, a conciencia. Ninguna canción se parece a otra, confirmándoles como hábiles expertos en la fabricación de canciones que son, en realidad, caramelos de dulzura engañosa.

Lo de la música triste para bailar no es un invento de los ‘80, aunque sí fue cuando más se explotó la fórmula, quizá por eso El Columpio Asesino suena un poco a entonces. Convencidos de sus posibilidades, se entregan a una estética de ritmos impetuosos y percusiones aceleradas que juega a combinar el negro con todas las gamas imaginables de grises, insuflando vida a estribillos de una clarividencia poética desarmante, exentos de ese tufillo a ‘esto me suena'