Nolan se impone con 'Oppenheimer' como Mejor Director y Película en los Oscar. | Mike Blake

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La bomba de Christopher Nolan con tanto CGI como de atómica se impuso en las categorías superiores, las de Mejor Película, Dirección, Actor Protagonista y de Reparto, y alguna más hasta alcanzar un total de siete. Digamos que no hubo ningún 'bombazo' ni saltó ninguna sorpresa o casi fue así en una noche que transcurrió de manera tan previsible como podía esperarse.

Y es que lo inesperado, si es que puede llamarse así, quedaba restringido a otras categorías en la que algunos bautizaron como la gala de los Oscar más predecible de los últimos años. Una frase que, por cierto, tiende a repetirse últimamente, lo que genera una apacible calma en el lugar que más se interesa por saber los premiados: las casas de apuestas. Estas han visto el filón que hay entre los cinéfilos, los ludópatas y los cinéfilos ludópatas, y cada año se mueve más dinero por saber quién acierta el pleno al Oscar.

Ayer, no obstante, al constatar el cumplimiento casi escrupuloso de las predicciones, debieron respirar tan tranquilas como Robert Oppenheimer al ver que su invento no destrozaba el mundo por completo y se limitaba a hacerlo solo un poquito. Y es que si algo hace temblar los cimientos de quien comercializa con el azar es, irónicamente, que ocurra algo azaroso y fuera de lo previsible. Por ello, no debe extrañar que alguno tuviera la idea de incluir en las casillas de predicciones la de ''actor que será abofeteado esta noche''.

No hubo bofetones, al menos no literales, pero sí hubo imposiciones, y una fue en la más estimulante de las carreras: la que enfrentó a Lily Gladstone y a Emma Stone por ser Mejor Actriz Protagonista por lo ajustado de la misma. La primera, con un papel más 'oscarizable' por su interpretación en Los asesinos de la luna, de un Martin Scorsese que pasó de puntillas por la ceremonia, partía como la favorita con una ligerísima ventaja en los lugares que frecuentan los entendidos del cine. Por otro lado, Stone, que ya poseía una estatuilla por La La Land, era para algunos 'demasiado joven' para tener ya dos Oscars, pero es que la buena de Stone es eso, muy buena, y la locura que se apoderó de ella en Pobres criaturas le ha valido un reconocimiento no impensable, pero sí menos probable.

Pero si hubo una sorpresa que seguramente hizo que alguna casa de apuestas haya puesto un poco el grito en el cielo ha sido en animación. Todo hacía presagiar que el trepamuros de Brooklyn, Miles Morales, lo tenía hecho una vez más con su nuevo portento técnico y animado de Spider-Man: cruzando el multiverso, pero una sombra se levantaba en el este y con el sello del estudio Ghibli y de Hayao Mikazaki llegó hasta la soleada California para arrebatar al hombre-araña (y a la española Robot Dreams de paso) un premio cantado y llevárselo a Japón gracias El niño y la garza.

No sería el único hombrecillo dorado que volaría hasta el país del sol naciente ya que en Efectos Especiales sería Godzilla: Minus One quien también se impondría en una categoría totalmente dominada por cintas americanas como Napoleón, Guardianes de la Galaxia Vol. 3, Misión Imposible: Sentencia Mortal – Parte 1 y, la favorita, The Creator.

Todo lo demás, dentro de lo esperado, por lo que no hubo ningún bombazo final y las salas de apuestas pudieron volver a centrarse en cualquier cosa que no fuera el cine, un lugar al que miran solo cuando hay premios porque si el Séptimo Arte es un negocio y un espectáculo, ver cómo se reparten reconocimientos entre ellos es ya la panacea del mismo.

Comentaba en una entrevista reciente el prácticamente legendario compositor John Williams que recordaba cómo eran los Oscar hace unos cuantos años. Decía a Variety que originariamente la idea de esta gala era una cena en la que los actores salían de sus zonas de confort haciendo algo a lo que no estaban acostumbrados, ya fuera un acto cómico si eran intérpretes dramáticos, danza si no solían bailar, etcétera. La llegada de la televisión trajo también el pudor de los actores a hacer un ridículo mayúsculo delante de millones de personas cuando antes solo lo hacían ante su propio y querido gremio, en un ambiente de confianza mutua. Ahora, que además de la tele está Twitter, la cosa ha cambiado tanto que los actores se limitan a saludar, hacer chistes que parecen sacados de un libro infantil, agradecer a todo el que se menea si ganan un premio y ya está. A no ser que sean Will Smith, claro.