Intérprete, compositor y letrista, reza en su página web, pero habría que añadir también artista plástico e incluso poeta, ¿no?
Es verdad. Es una página web orientada a mis discos, pero falta sobre todo la pintura, porque la poesía es más circunstancial, aunque llevo tres poemarios publicados. Me dedico habitualmente a la pintura y a la música.
¿Su pintura es como sus canciones o al revés?
Empecé a pintar y dibujar cuando era un crío. Parecía que esa era mi vocación, estaba clarísimo, todo apuntaba hacia ello.
¿Qué pasó?
En la adolescencia la música se cruzó en mi camino y formamos Duncan Dhu. A partir de ahí se complicó todo y mi vida tomó otros derroteros, pero no estaba previsto. Lo más probable es que hubiera acabado haciendo algo relacionado con las artes plásticas. Estudié tres años Diseño, luego uno Arquitectura, pero lo dejé pronto porque vi que no era para mí. La vida es difícil de prever, nunca sabes dónde se bifurcará el camino, siempre pueden surgir cosas, es parte del juego.
Duncan Dhu es una etapa pasada, hace mucho que trabaja en solitario. ¿Es nostálgico o prefiere vivir en el presente?
No soy nostalgico en ese aspecto. Y más que el presente, me gusta el futuro: siempre miro hacia adelante en todo mi trabajo artístico. Creo que no es buenda idea que un artista tenga demasiada memoria. Tengo recuerdo de aquella época, para mí y para mis compañeros fue un periodo de aprendizaje, casi como si cursas un máster intensivo. No, soy de los que piensa que las mejores obras están por llegar. Para seguir en este oficio, que es bastante complicado, hay que tener ambición artística.
Bruma, Horizonte de hielo, Oihuak ('los gritos' en vasco) son los títulos de algunas obras que exhibirá en Pollença. Son títulos un tanto inquietantes...
Es que lo siento así. Llevo un tiempo viviendo en el campo y directamente la bruma que hoy [por ayer] me ha impedido volar a Mallorca es la que baja del monte de al lado de mi casa. Ese es mi entorno, el paisaje del País Vasco, que diría que es una mezcla de verdes y grises y una luz que nada tiene que ver con la Mediterránea, que también me gusta. De hecho, desde hace unos veitne años paso unos meses en Menorca. Es curioso que las obras que salen de mi taller campaña de Menorca, que llamo así porque es básicamente un garaje, son diferentes a las que salen de mi estudio en Hondarribia. No es algo premeditado, pero estoy convencido de que el entorno traspasa y hace que todo lo que creas está contaminado con ello.
La muestra se titula Fulgor y Caída: La Trama del Caos, un título de lo más filosófico.
Es cómo entiendo yo la pintura. El fulgor y la caída conforman una metáfora para expresar que los hallazgos surgen cuando estás trabajando, son como epifanías que no te esperas. Por su parte, la caída es la inevitable derrota que comporta el propio trabajo creativo, que nunca llega a cumplir las expectativas que uno tiene. Y es algo con lo que hay que jugar, forma parte del proceso. El arte siempre va a derrotar al artista; es indispensable para el proceso y hay que asumirlo: es un reto con el imposible. En cuanto a la trama del caos, es porque creo en el caos creativo y en el azar, en que los procesos fluyen. Mi obra no es conceptual, sino que se basa en teorías artísticas antiguas de mediados del XX, como la pintura de acción o incluso el budismo zen. Hay que dejar que el accidente sea parte de tu proceso y jugar con los errores.
¿Sabemos frustrarnos?
No, y es un error porque en la vida siempre hay frustración. Creo que la frustración tiene que ver con unas esperanzas infundadas o unos deseos demasiado ambiciosos, así que hay que aprender a gestionarlo.
¿Ha aprendido a frustrarse?
(Risas) Supongo que uno nunca termina de hacerlo, pero se aprende pintando, escribiendo o ejerciendo cualquier actividad; en definitiva, te tiene que pillar con las manos en la masa.
Pasando a la música, en una de sus canciones más recientes, Malo ni bueno, se refiere a «la grave sensación de poder ser feliz» .¿Hay más razones para ser pesimistas que optimistas?
Tengo tendencia al pesimismo, pero estoy en una época de mi vida en la que ese pesimismo está asumido. Eso hace que haya cierta esperanza no en que el futuro vaya a ser mejor, sino en que se puede vivir a pesar de ello, e incluso bien. Una vez más eso se acercaría al budismo, a la idea de no esperar demasiado. Con los años esperas menos cosas, eres más conformista y aceptas lo que viene. Quizás de jóvenes tenemos demasiadas ambiciones con las posibilidades de la vida y con los años se apaciguan. Un artista tiene que ser ambicioso en su trabajo siempre.
¿Y alguien que no sea un artista?
Depende. Si esperamos vivir en un paraíso de color de rosa, nos hemos equivocado de planeta. O si necesitamos que la gente se comporte como nos gustaría también nos equivocamos, no nosotros, sino ellos. No creo en la felicidad, sí en la paz. Me conformo con vivir en paz.
¿Sirve el arte para refugiarnos de la hostilidad del mundo?
El arte sirve para todo, para muchas cosas y ninguna, según a quién preguntes. En mi caso, sí que ha sido un refugio durante casi toda mi vida, aunque especialmente cuando era un chaval. Vivir en el mundo artístico que tú mismo te creas te pone a salvo de las inclemencias de la realidad. Por otra parte, el arte puede servir como protesta o como acto de rebeldía contra aquello que no nos convence. Cada uno lo puede usar según su propia forma de estar en el mundo. En mi caso, sigue siendo un refugio al que vuelvo siempre.
Como artista que le gusta vivir en el futuro, ¿qué proyectos están en el horizonte?
Los proyectos más inmediatos son esta exposición, que se puede ver durante un mes, y seguir con unos conciertos de presentación de mi último EP, Malo ni bueno. Cuando termine, me pondré con cosas nuevas, a escribir, a trabajar en otro disco y me apetece encerrarme a pintar.
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