La docente de filosofía Rosa Rius Gatell, en Palma. | Jaume Morey

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María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991) fue la filósofa de las entrañas. La pensadora española trabajó la filosofía desde la cotidianeidad y en búsqueda de la contemplación, de la pausa, del sosiego. Y todo ello, desde el interior y la totalidad de la persona y dando como resultado propuestas que a pesar de haber sido escritas hace décadas, resuenan tan coetáneas como cualquier escrito de hoy en día. Sobre ella y su trabajo sabe algo Rosa Rius Gatell, profesora universitaria de la Universidad de Barcelona, quien ayer ofreció una charla sobre la autora en la Biblioteca de Binissalem sobre la relación de Zambrano con el arte y su aproximación al mismo a lo largo de su trayectoria.

Bajo el título de Escribir el arte, Rius repasó una faceta que si bien no es del todo desconocida de la malagueña, sí lo es menos. «Se saben cuestiones educativas y políticas, pero las del arte no se consideran mucho». Esto cambió a raíz de la publicación reciente de un libro suyo de 1989 titulado Algunos lugares de la pintura en el que se pudo ver «qué pensaba ella sobre el arte y, en concreto, la pintura». Fue, tal y como lo expresa la profesora, «una ventana abierta» a esta relación entre la autora y el arte pictórico.

Pintura

Y es que para Zambrano, la pintura era en sí un «lugar privilegiado donde detener la mirada» y sirve a Rius para «pensar su relación con el arte y de ahí con toda la filosofía» desde la cual «aprender a mirar, a escuchar y a atender no solo en el arte, sino al otro, al mundo, etcétera». Todo ello teniendo en cuenta que «no es una cuestión erudita sino desde el hecho de pensar que el arte, para ella, es parte de la vida».

En este sentido, Rius destaca también que para Zambrano había un arte en mayúsculas, el de los museos, que es «el que hace ver». Se trata de aquellas formas de expresión que «nos hacen pararnos, detenernos», restándole importancia al hecho de que se trate de obras «reconocidas o no». Así pues, Zambrano «no es que distinga entre arte y vida, sino que la vida se puede vivir con arte poéticamente».

No obstante, este concepto poético no hay que entenderlo de manera limitada a la poesía, sino en su acepción más genérica y original de «creación», del griego poeiesis, y así se comprende mejor su concepto de razón poética. Señala Rius que Zambrano estaba «en desacuerdo con la soberbia de la razón», adquirida en Hegel quien propuso que esta era capaz de pensarse y explicarse a sí misma para pensar la totalidad. Para Zambrano «la razón es útil, pero necesitamos una que nos permita crear, que nos haga más autónomos e independientes, que impulsa a vivir, pensar y sentir mejor» siendo, pues, una «razón reivindicativa muy importante».

Y esto va asociado a la contemplación, al freno frente a las prisas. Por ello, Rius destaca que para Zambrano «la contemplación es como la ley que la belleza lleva consigo». No hay que verla como «religiosamente», sino como «la necesidad constante» de detenerse a ver algo que nos parece bello, pero para hacer esto «hay que aplicarse, se tiene que hacer con toda el alma y con todo el cuerpo» y es un fenómeno que puede darse «en la vida cotidiana». El pensamiento también va asociado a esto para Zambrano y no meramente por lo objetivo y meramente racional. Dicho de otro modo: «Para ella, pensar no es algo que discurra por otros cauces, ha de dar cauce a la vida».

Todos estos elementos reflejan cuestiones que nos atraviesan de lleno. «Es alguien que escribe hace muchos años y podemos extraer esta cosa tan extemporánea de ir despacio, lo que no significa dejar los trabajos, porque se ha de vivir y comer, pero aplicarlo al día a día». Hay en sus escritos «como una alerta de que así no vamos a ninguna parte».

Y para hacerlo correctamente hay que llevarlo a cabo atendiendo a lo interno: «Habla de las entrañas que no es exactamente el hígado, pero puede serlo. Tiene que ver con lo oscuro, lo entrañable, pero no es sentimentaloide». En cualquier caso, los sentimientos son siempre «formativos» y en ellos hay «información». Incluso en lo malo: «Somos humanos y, por tanto, padecemos».