El pintor británico Adam Taylor. | Jaume Morey

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Si uno conoce las tres principales profesiones de Adam Taylor podría hacerse una idea del carácter personal de su obra. Tras acabar sus estudios de Arte, formó una banda a la que «le fue bien» durante varios años. Se llamaron como solo podría llamarse una banda inglesa: Victorian English Gentlemen’s Club. «Éramos una banda bastante artística y experimental», destaca Taylor que relata que tras diez años sobre los escenarios y cuando la formación dio todo lo que pudo dar de sí tras girar por América y Europa se disolvió. Fue entonces cuando volvió a la pintura no sin antes trabajar para una empresa de forraje para la que pasaba horas y horas caminando por playas y bosques buscando conchas y piñas.

Si sumáramos las tres experiencias llegaríamos a atisbar lo que se halla detrás del sentido «abstracto» de sus cuadros, que rebosan melancolía atmosférica y una sensación de calma y pacífica solitud –no confundirse con soledad– que pueblan estos días las paredes de Gallery Red (Plaça Chopin), donde el británico, afincado en Gales, expone por primera vez.

Sueños

En las piezas que se pueden ver en Palma, que son las más grandes que ha hecho hasta la fecha, uno puede otear pequeños elementos que de golpe sobresalen del monocromatismo melancólico del lienzo. Algo que recuerda al mar; una puerta en un campo abierto; colinas envueltas en la niebla del invierno británico. Él señala que aunque «es inevitable sentirse afectado por el paisaje» en el que vive, no se trata de una representación del mismo, sino que «pinto escenarios oníricos, que son placenteras, llenos de paz».

Por otra parte, hay algo que llama la atención en sus cuadros: la mayoría de ellos están cuadriculados o separados en espacios que parecen piezas más pequeñas individuales, como si fueran microcuadros que forman uno de gran tamaño al juntarse, pero es solo una ilusión, lo que aporta al valor onírico de su arte. El motivo por el cual Taylor cuartea sus obras es un misterio incluso para él, aunque apunta a posibles razones: «Lo fácil sería pensar que aporta algo de color ya que mis cuadros suelen ser monocromáticos, pero si lo miro más profundamente creo que tiene que ver con una sensación de control de la pieza que me permite trabajar mejor con ella».

Además, no oculta Taylor que le «gusta mucho» el resultado que genera ya que «rompe la fluidez y la tendencia natural al observar la obra», ya que el ojo humano se posa sobre el lienzo y no sigue una dirección libre, sino más estipulada por el propio artista. Taylor, por otra parte, señala que normalmente sabe cuándo una pieza está terminada, «lo noto», explica, aunque también confiesa que «si tardo poco en hacer un cuadro me siento hasta mal, es como que no lo he peleado lo suficiente».