La escritora Sabina Urraca presentará este jueves en Drac Màgic 'El celo'. | Laura C. Vela

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La autora de Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017) ganadora del Premio Javier Morote, otorgado por el CEGAL, y Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de trapo, 2021).

La protagonista no tiene nombre, es la Humana, pero tampoco lo tienen la Perra, la Madre ni la Abuela...
Son personajes que no tienen nombre porque muchas historias que se cuentan en los pueblos le han sucedido a gente de la que no se conoce el nombre. Por otra parte, poner nombre implica una cosa buena y otra mala. Lo bueno es que estás trayendo a ese ser a tu familia, lo estás socializando. Sin embargo, también es el primer paso para la domesticación. La Humana no quiere poner un nombre a la Perra porque podríamos decir que hasta hace no tanto ha estado domesticada, ha tenido un dueño, y por eso la idea de domesticación le repele. Gran parte del libro transcurre sin esos nombres, pero precisamente la novela es el recorrido de los dos personajes principales, la Humana y la Perra, llega hasta que vuelven a tener un nombre.

La Humana siente una alienación porque no desea. ¿Le damos al deseo la importancia que merece?
El deseo es algo amplísimo y nunca quiero generalizar. Para la Humana, el deseo es algo importante, es lo que la ha conformado como un ser poderoso. Me interesaba que tuviera ese poder, que en la novela se llama la Fuerza; ese absoluto control de su cuerpo y su deseo. La Humana, hasta el momento del presente de la novela, ha ido por la vida alegremente, casi podríamos decir que inmune a los males contemporáneos que acechan a las mujeres. La Fuerza se narra como algo mágico y paranormal: La Humana es capaz de obtener placer sin tocarse, puede manejarlo a su antojo, como un don mágico. Y es así hasta que llega el Predicador, que observa esa capacidad que ella tiene, y la libertad sexual que ha ejercido hasta el momento, y empieza a ansiar lo que ella tiene, la envidia. Ahí es cuando comienza el proceso de saqueo.

La Perra, personaje clave que articula la novela está, irónicamente, en celo. ¿Cómo ideó esos contrastes?
El detonante de toda la novela es cuando la Perra entra en celo. La Humana siente repulsión hacia el celo desatado de la Perra porque le recuerda a sí misma. En la novela, el celo humano va más allá de lo sexual o lo romántico: los instintos animales nos gobiernan. Lo que le sucede a la Humana es que ha vivido bien dejándose llevar por esos instintos hasta que eso se rompe. Entonces comienza el proceso de proteger a la Perra del embarazo por esa fobia que tiene a la fertilidad y a la sexualidad que a ella le han robado. Antes de saber cuidarla a secas, aprende a cuidarla de su propio instinto y su propia fertilidad.

¿Quería ensalzar o reivindicar la animalidad que llevamos dentro?
Nunca escribo para reivindicar nada. Si luego alguien recoge algo bueno del libro, algo que le sirva, estupendo. Pero no me siento a escribir pensando: quiero reivindicar esto, o quiero hablar de este tema. No creo que sea esa la finalidad de la ficción. La Humana siente esa repulsión hacia el celo de la Perra porque le recuerda a su pasado. Como se dice en el libro, hubo un momento en el que la Humana también actuó de forma animal, que también habría cruzado, simbólicamente, carreteras de cuatro carriles con coches pasando llamada por una fragancia intoxicante, hormonal. Pero no se trata de reivindicar, sino que señalo la animalidad que, para bien o para mal, todos tenemos, aunque esté soterrada. Y no solo está presente en el terreno sexual, sino también en lo competitivo, en las violencias de nuestros comportamientos, en el dar de lado al que es distinto. Estos instintos de supervivencia, gregarios, rigen nuestros comportamientos.

La Humana tiene un trauma con su cuerpo. ¿Hemos normalizado el sentir rechazo hacia nuestro cuerpo?
La relación de la mujer con su cuerpo es algo de lo que se habla constantemente, creo que todas las mujeres lo tenemos muy presente. En la novela me interesaba que la Humana pasase por encima de los pequeños toques de represión sexual que le daba su abuela y el rechazo puntual que la madre siente hacia su cuerpo excesivo. La Humana, sin embargo, es un personaje ajeno a esos males contemporáneos de atosigamiento del cuerpo. Estos males no se desatan hasta que Daniel pulsa esos botones y la desactiva. Por otra parte, el tema más presente en el libro en lo que respecta a la relación con el cuerpo es el de la somatización del trauma. Tanto ella como Wendy, una de las mujeres con las que va a terapia de grupo, han tenido dolencias en paralelo al maltrato que han sufrido, que derivan en un trastorno autoimune, en la sobrerreacción del cuerpo. La Humana lo vive como una maldición de cuento.

La Madre y la Abuela tienen mucho peso en ese trauma, y eso que se supone que hay un amor incondicional...
Cuando fui creando los personajes tenía claro que ninguno sería bueno o malo, porque son reales. No creo que ni la Madre ni la Abuela ni nadie sean buenas incondicionalmente; las relaciones incluyen conflicto. La imagen de la madre virtuosa y adorable no me interesa. Tampoco creo que ellas sean malas con la Humana, solo que en momentos dados meten la pata. Son personas que actúan en consonancia con lo que han vivido y absorbido de la vida. No siempre puedes ayudar a quien quieres.

La salud mental se ha convertido en un tema ineludible en la literatura. ¿Hemos perdido por fin la vergüenza a decir que tenemos cita con el psicólogo o que vamos a terapia?
Se está banalizando mucho este tema. Ir a terapia es una responsabilidad, no es ir a que te arreglen. Tienes que trabajar en ello, no pagas para que te hagan sentir bien. Si fuera así se transformaría, y esto sucede, en un intercambio narcisista. En la novela, el grupo de mujeres se junta después de las sesiones en un bar. Es importante remarcar que uno de los motores del libro es la razón por la que la Humana accede a ir a terapia: porque el psiquiatra le avisa de que, si no acude, no le podrá seguir recetando ansiolíticos. Estos personajes buscan la pausa momentánea que les ofrece los ansiolíticos.

En su obra, no solo en esta novela, narra las vulnerabilidades y los dolores de la existencia desde ese mismo sentimiento. ¿La escritura debe doler?
Aunque cada personaje es diferente, es cierto que puede que escriba sobre la vulnerabilidad o desvíos mentales, dolores y obsesiones, que es lo que más me interesa. No creo que las ficciones tengan que doler necesariamente, pero entiendo absolutamente quien me dice que no ha podido leer el libro porque le resulta duro o desagradable. No escribo libros agradables, aunque tampoco busco conscientemente la oscuridad. Simplemente siento que es algo que está presente en la vida, y lo tomo. Desde pequeña siempre me han gustado las historias que me hacían sentir mal, que me trastornaban. Siento la llamada de la oscuridad de los personajes, lo que hacen y piensan las personas cuando nadie mira. No obstante, el humor es algo importantísimo en lo que escribo, es inevitable que se cuele una visión tragicómica de la vida.