El artista Jaume Plensa, frente a una de sus esculturas en sa Llonja. | Pilar Pellicer

TW
3

El nombre de Jaume Plensa dice algo incluso a neófitos y legos en el mundo del arte. Así de importante es su figura, probablemente la de uno de los artistas españoles más reconocidos e internacionales en activo. Su obra se ha expuesto en la práctica totalidad de los lugares importantes, desde Nueva York y Chicago a Madrid, Barcelona, Río de Janeiro, etcétera. Ahora, Palma se cuenta entre esas privilegiadas urbes como las anfitrionas del arte del catalán y lo hace por partida doble. Todo ello gracias a Mirall, la exposición que se ubica en el interior de sa Llonja de Palma y que está organizada por el Govern de Marga Prohens en colaboración con el Ajuntament de Palma y la Stiftung für Kunst und Kultur. El lugar escogido, el edificio del Passeig Sagrera, las albergará hasta el 15 de febrero y se abraza a las monumentales piezas flotantes de Invisible Laura e Invisible Rui como un sombrero se adapta a una cabeza de su talla. Es tal la perfección que el propio Plensa ya avisa: «Me va a costar verlas en otro lugar después de sa Llonja».

Nacido en Barcelona en 1955, Plensa es uno de los escultores más reconocidos internacionalmente y es, como él mismo explica, alguien que «quiere mucho a Mallorca y a Palma». Por ello, su intervención en la Isla era cuestión de tiempo y el lugar escogido no puede ser mejor. Plensa sintetiza la idea de la muestra como «la del diálogo, la de la conversación, la de la imagen del otro reflejada en el espejo», y añade que «la arquitectura permitía colocar en suspensión las piezas, una mirando a la otra, creando un espacio entre ellas en el que normalmente hay mucha energía».

En este sentido, el artista espera y le pide al espectador que «se mueva», que «pasee» por el lugar y transite en «la confrontación de los rostros» que son, según su conceptualización, «el regalo que hacemos a los demás porque no podemos ver el nuestro propio». Al ser nuestra propia cara tan ajena, genera una «geografía desconocida, un paisaje que nos asusta». Por oposición a todo ello, «el espectador debe moverse y ver a través de las transparencias y verá cómo la pieza puede mirarle desde detrás también y a través de la otra».

La idea de dualismo, como es obvio, salta a la vista. «Se trata de la dualidad del espejo y las hace más mágicas». De ahí las referencias a la deidad romana Jano, con dos rostros, uno mirando al futuro y otro al presente y nunca mirándose el uno al otro. «Es un dios que siempre me ha fascinado», comenta Plensa quien explica que en su opinión «hacemos lo mismo constantemente». Es, en resumidas cuentas, «la representación del ser humano más potente. Siempre nos da miedo el riesgo y al mismo tiempo buscamos el apoyo del pasado en lo que hacemos». En este sentido, para Plensa sa Llonja es, en efecto, «una cita que da contenido a mi obra».

Sobre la joya del gótico palmesana, de hecho, Plensa habla del «peso» del edificio, de su «contundencia», y de la obligatoriedad de «crear un diálogo con él». Las piezas, elaboradas de una manera artesanal y delicada con decenas de tiras de acero inoxidable superpuestas que generan la sensación de volumen, remiten «al mundo de las ideas, a la espiritualidad y la poesía» y las muchas líneas que bajan hasta casi rozar el suelo, pero sin tocarlo, son «como una lluvia fina, como diminutas gotas de agua, que que hace que parezca un dibujo flotando en el espacio».

El concepto de dualidad, por su parte, regresa a la conversación si se entienden los pares como opuestos, como enfrentados. ¿Es así? ¿Hay beligerancia o es un diálogo pacífico el que existe entre Laura y Rui? Para Plensa «hay un poco de todo». «Es increíble que todavía haya quien vea en la guerra una solución, pero creo que hay que entrar en diálogo incluso en desacuerdo y diría más: cuanto más diferentes, mejor, más interesante se vuelve todo». En este sentido, Mirall no solo refleja al individuo que ve la obra, sino «al arte contemporáneo con la tradición gótica de la ciudad». Está «todo lleno de matices: día y noche, lo actual y lo histórico, tierra y mar, aquí tan cerca del agua como estamos. La dualidad es la clave en la exposición».

Y quizá la última y más notoria dualidad es el dentro y afuera. Plensa, conocido por sus piezas en el espacio público al aire libre, esta vez se adentra en sa Llonja e invita a los transeúntes al interior del edificio en lugar de ‘toparse’ con sus piezas en plena calle. Esa es, para él, «otra contradicción más, la gracia del arte.Esta pieza, aunque está dentro, se convierte en un afuera y lo hemos visto estos días montando con toda la gente que se pegaba a las ventanas para ver el interior desde la calle. Estos ventanales se han convertido en un punto mágico», otro «azar», como el coincidir con la Nit de l’Art, que hacen de la visita de Plensa a Mallorca algo «que me vuelve muy feliz y me hace mucha ilusión».