La escritora Marta Simonet presenta su nueva novela en Rata Corner.

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Después de Azul salado, el debut literario de Marta Simonet, la escritora acaba de publicar Ojos color limón, un libro sobre la necesidad de parar que cuestiona los tiempos hipermodernos e hiperconectados en los que vivimos. Se presenta mañana por la tarde, en la librería Rata Córner, a partir de las 19.00 horas.

¿Qué encontraremos de tu primer libro, Azul salado, en este segundo?
— Seguramente el tono y el estilo. Hay elementos comunes, pese a que esta segunda novela está más pensada. No es una forma de trabajar mejor ni peor, pero en este caso tuve la estructura clara desde el principio. El libro está montado como un journaling y transcurre en un pequeño pueblo de Alicante. La protagonista es publicista y quería hacer ese guiño con anglicismo incluido. A veces, somos tan tontos que creemos que, cuando decimos las cosas en inglés, suenan mejor.

¿Cómo fue abordar una segunda novela?
— El tiempo de escritura fue diferente. Me voy dando cuenta, en esa segunda novela, de cómo funciono. En esta novela la claridad de la estructura, me ha facilitado mucho el trabajo. Fue otro proceso. También hay acción, ya que te sales en algunos momentos del diario. La protagonista escribe diálogos. Dentro del propio diario hay acción. Juego con la ficción del objet trouvé para hacer avanzar la novela.

En el libro hay un cuestionamiento de los tiempos que vivimos, ¿no?
— Sí, la protagonista se va a vivir a un pueblo para desconectar. La historia es esa. No puede pagar su alquiler en Madrid y en ese pueblo se lo pagan todo, ya que está en riesgo de despoblación. Se va escapando, pero le acompaña el sentimiento de vergüenza. Y es que es cierto: si uno para, a veces siente un estigma. Estamos obligados a seguir y seguir, siempre a tope, conectados, fardando de lo liadísimos que vivimos. Estoy obsesionada con ciertos gurús absurdos que venden una falsa idea de la libertad y quería escribir sobre la libertad verdadera; irse a un pueblo perdido para desconectar de todo y vivir a otro ritmo.

El libro transcurre en un pueblo. Usted nació en Génova. ¿Qué hay de ese ‘pueblo-barrio’?
— Realmente, hay un poco de todo. Me baso en un pueblo de donde es mi pareja. Supongo que está presente Génova de algún modo, pero también muchas otras cosas. Ciertas personas de mi infancia, señoras mayores, están en el poso sentimental de la novela. El libro es una crítica a la hiperproducción. Necesitamos parar y estar en el presente. Me interesa mucho lo cotidiano, la vida lenta. WhatsApp es una exigencia de estar constantemente conectados.

Las redes son un síntoma inequívoco de la rapidez con la que avanzamos, ¿no?
— Soy muy activa en Instagram, pero son consecuencias de mi profesión. Escribir es otra cosa. Yo lo hago sobre anhelos. Por ejemplo, Azul salado va sobre la búsqueda de un padre. Estoy en redes, es cierto, pero toda esa parte de estadísticas y seguidores no me interesa. En realidad no es mi objetivo. Es una consecuencia de lo que hago. Se premia, es cierto, pero no es para nada algo que me interese.

¿Qué consecuencias negativas tiene esa dependencia de las redes sociales?
— La frustración constante de sentir que nunca llegas. Siempre sale una red nueva, algo que no conoces o que te llega tarde. Es una sensación de frustración. Me preocuparía mucho ser adolescente en este mundo hiperconectado. Debe ser complicado.