El trío californiano Green Day durante un instante del videoclip de 'Boulevard of the Broken Dreams'.

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Corría el año 2004 y mi cabeza solo era capaz de pensar en bases e instrumentales. A mis 12 años el rap lo es todo o casi todo. El futuro se escribe en verso urbano y lo demás es arcaico, denostado, de ‘viejos’. Hasta que una mañana de septiembre, un sábado, el mejor día porque no hay clase, la MTV escupe los power chords del inicio de Boulevard of the broken dreams de Green Day. Mi mano se detiene y dejo el boli con el que hacía deberes de alguna materia que, seguramente, me importaba bastante poco, y me dejo llevar por el sonido más guay que había escuchado nunca.

Green Day era ya una banda longeva entonces. Su mítico Dookie, que por cierto cumple también 30 años, había no solo dado vida al rock punk americano, sino que era la vela que arrastraba a todas las demás bandas a algo parecido al éxito y al mainstream. Formaciones como Offspring surfeaban una ola que había sido impulsada por el álbum de los Amrstrong, Dirnt y Cool.

Pero Dookie era, para mi yo de 12 años, inexistente. Simplemente viejuno y sus ritmos me eran ajenos. Básicamente no me decían nada. El American Idiot, sin embargo, sí lo hacía. El disco conceptual hablaba a toda una generación que querían llegar a vivir una vida que se les había prometido, pero por más que intentaban alcanzarla esta no dejaba de alejarse o, en el caso de llegar a rozarla, les estallaba en la cara y destrozaba como una granada de mano.

Un país entero puesto en la palestra por una banda que, lejos de vivir del éxito, luchaba por la supervivencia y se lanzó a un todo o nada con un disco crítico con su sociedad, sus iconos, su obsesión bélica (en plena Guerra de Irak y en el mundo inmediatamente posterior al 11-S). Todo ello contado desde un personaje, una especie de mesías de los suburbios (el Jesus of Suburbia es, para algunas, la rock opera de toda una generación) que reina en su pequeño y acotado universo limitado a su propio backyard, pero que no es más que otro «idiota americano» más que vive perpetuamente en unas decadentes vacaciones, buscando el consuelo a través del alcohol, las drogas y totalmente perdido en una espiral de deudas, cigarrillos y una televisión que lo enajena, enferma, alecciona, adoctrina, cabrea y atonta. Todo a la vez.

Green Day es mi primer amor con las guitarras eléctricas, la distorsión, los fills de batería, el sonido del bajo y las letras que llegan para cagarse en todo. Y lo que pasa con el primer amor es que nunca se supera, por eso hoy vuelvo al American Idiot y no puedo evitar sentir la nostalgia de un sueño quebrado que nunca tuve, pero que me llega generacionalmente porque hay cosas que se entienden sin necesidad de hablar el idioma.

Y ahí estoy yo un sábado sin entender nada y haciendo un trabajo de vete tú a saber qué queriendo salir a quemarlo todo y liderar la protesta de todas las protestas, la revolución definitiva. Ser el cambio que quiero ver en el mundo. El sueño está roto, pero ¿solo por eso hay que dejar de soñar? Ya lo dice la canción, ‘wake me up when september ends’, y septiembre puede durar toda una vida. Solo hace falta darle al play, subir el volumen al tope y dejarse llevar.