Imagen de Raphael durante una actuación. | Mauricio Duenas Castaneda

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El Auditòrium de Palma acogerá este sábado, a las 21.00 horas, a un artista que ha hecho de su gestualidad, su fuerza escénica, su dulce seseo y su ligera excentricidad un sello inconfundible. Raphael, el último crooner, nos atiende al teléfono. Pasa el tiempo y cambian las modas pero el de Linares sigue acomodado en el púlpito de la cultura popular, sorteando las encrucijadas de la vida. Su obra es una retrospectiva emocional, un traje a medida que bucea en los recuerdos de varias generaciones. Ayer… aun es su último LP, disponible en comercios en apenas dos semanas. Sus nuevos ‘retoños’ amenizarán la velada, que en gran medida se surtirá con sus ‘joyas de la corona’: Mi gran noche, Estuve enamorado, Yo soy aquel y otros himnos forjados en aquellos tiempos en los que había que componer canciones para crear ilusión en la gente.

El día que deje de ser aquel, ¿se acabó Raphael?
— Seguramente sí, es ley de vida, pero no pienso en eso.

Artista, marido, padre y abuelo. ¿Con qué Raphael se lleva mejor?
— Con el próximo. Ya sabes que yo soy de mirar al mañana…

A su edad un concierto de dos horas y pico es un martirio si no se hace con ‘pasión’. ¿Esa es la palabra clave, el secreto de su longevidad?
— Si no es la clave es una de ellas, desde luego. La pasión que siento por mi carrera es muy grande.

En ¿Y mañana qué?, el libro escrito de su puño y letra, deja claro que la nostalgia no va con usted. Son unas memorias prematuras firmadas en el 98, ¿Hoy ve la vida con otros ojos?
— Más o menos con los mismos. En algunas cosas he evolucionado, cambiado no, porque yo no cambio.

¿Le sigue fascinando sentarse en la cabecera de la mesa, callado, viendo como charla su familia un domingo en casa?
— Es lo más divertido que hay en el mundo.

En qué no ha cambiado aquel Raphael que se consagró en el Teatro de la Zarzuela hace sesenta años…
— En que sigo yendo al Teatro de la Zarzuela, fíjate. Siempre que hago algo nuevo voy allí, volveré el próximo año.

A través de sus canciones hemos asistido al paisaje cambiante de la sociedad española, ¿no se siente un poco cronista?
— ¡Qué bonito esto que dices!, me gusta verme como un cronista, suena precioso.

En Spotify hay una cuenta atrás para el lanzamiento de su nuevo álbum. Más allá del evidente homenaje a la chanson française y esa atmósfera de entreguerra sazonada con acordeón ¿qué vamos a hallar en su interior?
— Pues la verdad total de Raphael. Si me hubieras conocido con 14 años sabrías que entonces ya tenía una pasión enorme por la canción francesa. Lo lógico era que ya le hubiera hecho un homenaje.

En España los ecos de la canción francesa fueron un balón de oxígeno, un grito de libertad… ¿qué le atrajo de aquellas voces generacionales?
— Eran todos geniales... Piaf, Aznavour, Brel, en fin… toda esa generación maravillosa. Las cosas que decían, las letras que eran tan interpretables.

¿Cómo consigue un artista convertirse en un clásico persiguiendo siempre lo moderno?
— Lo ignoro, pero es evidente que es así. ¿Cómo lo hago? Soy muy inquieto.

¿Cuál de sus canciones sigue removiéndole por dentro?
— Todas las que canto, porque sino no la canto. Te voy a contar una anécdota: yo de pronto me canso de una canción y la quito del repertorio. Pero luego la echo de menos y en un mes y medio la vuelvo a meter.

En el hotel, tras bajarse del escenario, ¿irrumpen el vacío y la soledad?
— No, porque existe el móvil y cuando llego al hotel llamo a mi casa.

¿Qué daría por volver a sentir el bofetón que le endosó su madre aquel día en el que se escapó para ir al cine?
— Ay… doña Rafaela era muy valiente ella. Pues mira, fue la prueba de fuego porque mi contestación tras el bofetón fue ‘¿y esto se va a repetir todos los días?’.