A veces, el lugar donde se concibe una obra de arte es tan importante como la propia obra de arte. Así lo cree el escultor y pintorJaume Roig, que desde hace cerca de tres años vive y trabaja en lo que era una antigua vaquería muy cerca de Campos. «Para mí es más importante el taller que la casa; podría vivir dentro del taller perfectamente», asegura. Coincide con él Jean Marie del Moral, fotógrafo infatigable que ha retratado a artistas de la talla de Miró o Miquel Barceló en sus talleres. Precisamente fue a raíz de Barceló que Roig se «enamoró» del trabajo de Del Moral.
«No tendría ni veinte años cuando me compré el libro Barceló, detrás del espejo, editado por La Fábrica. Lo compré por Barceló, pero enseguida quedé prendado de la persona que estaba detrás de esas imágenes, que tenía esa mirada mágica y sabía reflejar la intimidad del taller, algo que normalmente los fotógrafos no muestran», recuerda Roig, quien ahora se ha convertido en protagonista de uno de esos volúmenes en los que Del Moral despliega esa «mirada mágica» del refugio del artista. Lo presentarán este viernes a las 19.00 horas en Call Vermell, un taller de cerámica de Felantix que la cineasta Antonina Obrador ha reconvertido en espacio cultural y librería.
Complicidades
El libro, editado por Ensiola, es el resultado de seis años de conversaciones, fotografías y, en definitiva, complicidades entre Roig y Del Moral. En este sentido, Roig reconoce que, al proceder del mundo de la cerámica, donde «te acostumbras a que tus piezas pueden romperse y a que tienes que hacer distintas pruebas para terminar creando algo que das por bueno», no tiene tendencia a guardar sus obras, algo que sí, opina, hacen los pintores, a los que «les cuesta desprenderse de sus creaciones».
«No me gusta tener mis piezas por casa o en el taller, las dejo ir. Por eso, este libro también es muy importante para mí porque Jean Marie ha documentado muchas creaciones que creía casi olvidadas. Además, empieza en mi anterior taller, en Es Pinaret, Ses Salines, en una caseta en medio del campo donde todo era tan pequeño que parecía de juguete, y termina en el taller actual, Son Buscaret Nou, que no tiene nada que ver», razona, a la vez que añade que «últimamente me gusta firmar las piezas indicando el lugar donde las he creado, pero no con nombres como Ses Salines o Campos, sino conservando los topónimos de las casas».
Y es que el campo y la naturaleza siempre han estado muy presentes en la vida de Roig. «Nací en sa Gerreria, un barrio problemático. Pasaba los veranos y fines de semana en s’Almunia, con mis abuelos. Aquello era el paraíso para mí, era mi lugar en el mundo. Creo que toda mi obra está basada en ese espacio mental, pero también físico», admite. «Con 18 años me puse a dormir en un torrente en s’Almonia, cerca del Caló des Moro. Luego conseguí que me alquilaran una casita. Vivía sin agua ni electricidad, comía lo que conseguía pescar. Me sentía poderoso y un privilegiado por tener ese contacto tan directo con la naturaleza», evoca.
Aunque en un primer momento se refiere a esa experiencia como algo salvaje, Roig termina recapacitando y se corrige a sí mismo: «No es salvajismo. Si tienes tiempo para observar puedes llegar a ver muchas cosas que, en un principio, pueden pasar desapercibidas; es una forma de aprendizaje de la mirada. Uno de los grandes males del mundo es la falta de observación». Lo que sucede, continúa, es que la contemplación se opone a la productividad que impera en este sistema capitalista. «La productividad es una herramienta de control. La gente va en piloto automático, no tiene tiempo de parar y reflexionar sobre sus actos y sus posibles repercusiones. Y, a la vez, poder parar es un privilegio, porque si ganas 800 euros al mes o tienes hijos, la prioridad es vivir con lo mínimo», denuncia.
Su proceso de creación, de hecho, se nutre de esa observación y de la intuición. «No concibo crear a partir de un concepto, sino que voy trabajando en el taller y, poco a poco, las cosas van cogiendo un sentido, pero sin anular el inconsciente. Si empiezas con una idea en concreto lo que haces es negar el inconsciente, que eres tú mismo, con tus luces y sus sombras», aclara. «Es como estar en un río y dejarte llevar por la corriente», compara.
Por ello, aunque empezó a dibujar y a hacer piezas de cerámica desde muy pequeño, en el taller que su madre tenía en la calle Monti-Sion de Palma, en una exposición se dio cuenta de que las paredes estaban demasiado desnudas, como si faltara algo. «Hacía falta construir un universo, con su paisaje y sus personajes, para terminar de construir una historia», cuenta. «Así que empecé a pintar cuadros de grandes dimensiones, para completar la propuesta. No se trata de que no me bastara la cerámica, porque es más bien un tema de formato y ambas artes son fuentes inagotables», recalca.
Toda su obra, que incluso ha llegado incluso a la Gran Manzana, ha surgido, pues, de forma «orgánica». De hecho, seguramente empezó a exponer gracias a Joan Miquel Oliver, quien por cierto firma el prólogo del libro de fotografías. «Joan Miquel me decía que si me quedaba lo que hacía para mí, era como hacer un monólogo, porque nadie me podría escuchar ni responder; en cambio, si lo enseñaba a un público, obtendría una respuesta y, por lo tanto, una conversación. Así fue como empecé a enseñar mis creaciones, que había estado guardando en casa por vergüenza a mostrarlas», confiesa Roig con la sincera humildad de quien tiene como sencillo –y no por ello menos ambicioso– propósito de plasmar un mundo interior con el que abrazar la atemporalidad y lo universal.
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