La escritora y periodista peruana Gabriela Wiener está afincada en Madrid. | Natalia Grande

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Tras escarbar en el pasado familiar marcado por la lucha antirracista y el anticolonialismo en Huaco retrato (Random House, 2021), finalista del Booker Prize Internacional, Gabriela Wiener regresa al panorama literario y a Drac Màgic con Atusparia (Random House). Una propuesta que se ha definido como «una novela rusa ligeramente futurista» que constituye una «sátira y un thriller político indigenista-soviético». Lo ha presentado este viernes junto a Annalisa Marí Pegrum.

Atusparia tiene un sinfín de capas de lecturas, pero, si tuviéramos que quedarnos con un asunto flagrante ese es la política, porque, al fin y al cabo, la política está en todo lo que nos rodea, ¿no es así?
Totalmente. Es verdad que a mis libros muchas veces los han llamado libros políticos o con miradas políticas, pero creo que este libro es sobre la política. De hecho, ahora me doy cuenta de que he hablado de la novela sobre la izquierda, de orientaciones de cambio social que incluye militancias feministas y antirracistas, pero va más allá: lo podemos llevar al nivel de las luchas de poder que atraviesa cualquier agrupación política o los horizontes de las luchas clandestinas. Atusparia es una mujer política, de izquierdas, la que cuenta su periplo vital desde Primaria hasta que termina en la cárcel.

Es una novela en la que, de nuevo, mezcla géneros, si es que cree en ellos, y a partir de allí surgen multitud de reflexiones sobre la ideología, la educación, la libertad, el imperialismo, el racismo… ¿Qué se proponía?
Por eso hago el chiste de que es mi gran novela rusa (risas). Sí supone un salto por el tipo de construcciones narrativas que solía hacer. También hay un cambio: no es una novela autobiográfica...

Pero aparece un artículo escrito por una tal periodista Gabriela Wiener...
(Risas). Bueno, es un cameo con un artículo mediocre en el que falla la objetividad... Volviendo a lo que decía, admito que tenía esa voluntad de experimentación. Todos mis libros ofrecen una reflexión acerca de mi propio papel como autora, mi camino como escritora... Huaco retrato está llena de autoironías sobre dónde te colocan respecto a la generización de la literatura. Allí ya estaba ese discurso degenerado, de género fluido; pero en este quería decirme a mí misma que podía trabajar con técnicas literarias que han manejado tanto autores del siglo XX y que podría moverme allí y, desde ese lugar, meter el pie y sacarlo, dando saltos en una cosa y otra.

Portada de 'Atusparia' (Random House), obra de Pep Boatella.

También ha experimentado con la polifonía.
Sí, porque la historia tiene una dimensión colectiva potente: el movimiento indígena, las luchas anticoloniales y contra las dictaduras latinoamericanas e imperiales... Semejante carga histórica no pueden reducirse a una voz. Aunque lo narre una heroína, que después se hace pedazos, tuve claro que no podía contarse desde un solo punto de vista, así que fui probando. Con el lenguaje he tenido una libertad superior a la de otros libros. Creo que está mucho más impregnado de mi poesía.

«Somos los pioneros peruanos consumiendo ficción rusa en plena lucha contra el imperialismo cultural en plena Guerra Fría», dice la protagonista que se hace llamar Atusparia, nombre tomado del líder indígena peruano que encabezó la Rebelión de Huaraz. La educación es otro de los pilares de la novela. ¿Es toda educación un adoctrinamiento?
Toda educación es política e ideología. En todo caso, no sé cómo se puede llamar adoctrinamiento a educar en el respeto de los principios básicos de los derechos humanos, que justamente algunas cosas que preocupa a la ultraderecha es que todos seamos considerados seres humanos, exaltando los odios contra los diferentes. El término ‘adoctrinamiento’ es usado últimamente por gente que quiere atacar a quienes hacen políticas del otro lado. Por otra parte, las coprotagonistas son maestra y alumna. Tuve ganas de extremar ese vínculo, llevarlo más allá de lo que estamos acostumbrados, como las tonterías del profesor enamorado de su alumna menor de edad, por no llamarlo apología de la violencia sexual. En este caso, el escenario es distinto: pasan de ser maestra y alumna a camaradas, también amantes y luego rivales políticas.

De hecho, dedica el libro a su educación.
Me refería a que agradezco la educación que tuve en justicia social, conciencia de clase; en la solidaridad, en la lucha contra los poderosos.

La solidaridad entre oprimidos sobrevuela Atusparia y también la crítica a la izquierda política.
Hay una épica que tiene que ver con la romantización de la revolución que, a la hora de poner en práctica, es cuando nos estrellamos con nuestra propia humanidad: la falta de comprensión, las ansias de poder... Y, por otro lado, está el sistema, diseñado y construido por quienes ganaron esa pugna. En el libro hay una invocación a una especie de solidaridad entre los de abajo, de alianza, algo muy difícil tanto para la izquierda, la derecha, quien sea. Al final son términos occidentales que no nos definen. Basta ver a Lidia Falcón, una tránsfuga vinculada con Vox.

El escándolo de Errejón ha acabado de hundir en el desencanto a la izquierda.
Y lo entiendo. ¿Cómo puede la gente creer en partidos que traicionan de esa manera su propio dogma? Tenemos que abrir los ojos porque hay abusadores por todos lados, trabajar las contradicciones y desmontar las violencias, porque a menudo hay esa doble cara. Espero sinceramente que la gente que ha votado a Trump o a Milei o vaya a votar a Ayuso se lleven el desencanto que se merecen, que se den cuenta de que esta gente es violencia pura. Y que la izquierda se ponga a trabajar por el pueblo.

En España, más que de revolución, se habla de libertad, ¿no cree?
Nos robaron la libertad y no nos la van a devolver, pero igual estamos a tiempo de recuperarla. Lo vemos cuando las clases populares votan a sus opresores, gente que les va a dejar sin casa, sin seguridad social... Son políticos que exaltan cosas que ya tienen y no cuestan nada: ser blancos, hombres o vivir en Estados Unidos. Con este libro me propuse recuperar esa palabra y su sentido romántico, intentar recordar esa utopía. Ahora vemos el apropiacionismo puro de los sectores de la derecha y la ultraderecha, el lema de ‘el pueblo salva el pueblo’, con las cacerolas y demás. Primero nos dijeron que era un lenguaje anacrónico y ahora lo usan ellos. Es de un atrevimiento terrible. Nos toca empujar y volver a recuperar las memorias de lucha, que habitualmente trata de fracasados y vencidos. Yo quise hacer un homenaje a esa gente, a mi padres, gente que luchó en los 60 o 70, algunos fueron a la guerra, unos sufrieron tortura... Al menos lo intentaron. Fueron los últimos en soñar con cambiar el mundo. Y eso se contagia, se hereda.