Joan Mas i Vives es una de las personas que más ha contribuido al conocimiento de la literatura catalana en las últimas cuatro décadas. | Pere Bota

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Joan Mas i Vives (Maria de la Salut, 1951) no es un nombre desconocido para todos aquellos que tengan una mínima sensibilidad hacia la lengua y la literatura catalanas. Catedrático de Filologia Catalana en la UIB, sus trabajos abrazan desde la época moderna hasta la literatura más reciente. Ha investigado a fondo el siglo XIX y a autores como Tomàs Aguiló Forteza y Josep Maria Llompart, participó activamente en la creación de la revista Latitud 39, presidió la Fundació Teatre del Mar y fue jurado en diferentes certámenes, como los Premis Ciutat de Palma en diferentes ocasiones, siendo el ganador del Llorenç Villalonga de Novel·la en 2016 con Diable De Byron! (Lleonard Muntaner (2017). Estos son solo algunos de los muchos méritos que ha cosechado Mas i Vives durante las últimas cuatro décadas. Por ello, no es de extrañar que, coincidiendo con su jubilación como profesor universitario, desde la delegación del Institut d’Estudis Catalans (IEC) en Palma y el Departament de Filologia Catalana i Lingüística General de la UIB hayan publicado el libro Joan Mas i Vives i la literatura: passió i ofici (Lleonard Muntaner). El volumen, coordinado por Joan Melià, Damià Pons y Pere Rosselló Bover, se presentará este viernes, a las 19.30 horas, en el Casal de Cultura de Maria de la Salut.

¿Cómo recibe este homenaje?
—Con mucha gratitud hacia todos los colegas que han hecho posible este libro. Eso demuestra que tengo unos amigos ejemplares con los que he compartido muchas de las investigaciones que aquí están inventariadas y hemos creado un vínculo de complicidad que ahora queda demostrado que era firme. Asimismo, he tenido mucha suerte de poder trabajar en aquello que me gusta, tanto desde el punto de vista de la docencia como de investigación, creación y crítica literarias. Todo mi trabajo, en su conjunto, está entremezclado. No sabría decir qué parcelas predominan sobre otras. Tal vez la investigación, que está más ligada a la profesión, sobre todo a la universidad, donde entré en 1984.

En el libro se cuenta que el primer libro no escolar que se compró fue en los encants de Palma, conocido como «es baratillo», y contenía El amante liberal y Rinconcete y Cortadillo, de Cervantes.
—Sí, estaba en una mesa llena de libros en un puesto del mercadillo, que en aquella época estaba cerca de Plaça Porta d’es Camp. Yo debía de tener 16 años. Fue gracias a que tuve una excelente profesora de literatura española en el Institut Ramon Llull que empecé a sentirme cómodo con la asignatura. No fue hasta más tarde que tomé conciencia de la importancia de la cultura catalana.

Fue a clases de Francesc de Borja Moll en Palma y, en Barcelona, asistió a las conferencias de Gabriel Ferrater. Aprendió de los más grandes.
—Sí, tengo la sensación de que encontré un buen profesorado y disfruté de un buen contexto cultural cuando me fui a estudiar en Barcelona. Recuerdo que todos los estudiantes teníamos muy mitificado a Ferrater. Era un personaje bohemio, un hombre grande, siempre vestido con americana, que impartía unas conferencias brillantes desde el punto de vista de la oratoria. Tenía una gran capacidad de seducción.

Se inició en la docencia en 1975 y en Sant Josep Obrer, cerca de Son Gotleu. Teniendo en cuenta la época y el lugar, no debió de ser nada fácil...
—Sí, pero el año anterior estuve sustituyendo a Antoni Amorós en colegios religiosos, como La Milagrosa y La Immaculada. Había bastante conciencia política de profesores: Julio Jurado, Esperança López, Ramon Parra, Ramon Canet... No recuerdo que tuviéramos alumnos problemáticos, pero sí es cierto que había un sector filoanarquista que se ha perdido mucho y que se reunía en el bar Talaiot Corcat, que estaba al lado de la Plaça de les Columnes. De allí salió el movimiento de ocupación de sa Dragonera, por ejemplo. Para celebrar la muerte de Franco fuimos de excursión al Massanella.

Es que, por desgracia, reivindicar la lengua catalana es un posicionamiento político...
—Así es. Me sabe muy mal tener que formar parte de un gueto reducido. Es terrible. Somos minoría y tenemos que estar continuamente justificándonos. Llevamos cincuenta años discutiendo por los mismos temas y lo cierto es que vamos a peor, al menos socialmente hablando, porque nos estamos convirtiendo en una minoría marginada. Cuesta mucho esfuerzo vivir en catalán todo el día.

Formó parte del jurado de los Premis Ciutat de Palma en distintas ocasiones.
—Sí. Lo cierto es que tiene muy mala fama ser jurado y es verdad que hay de todo. También formé parte del jurado que otorgó el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes a Joan Veny en 2015. Si estoy orgulloso de algo es de haber participado de ese jurado, así como también del que premió las novelas Sara i Jeremies, de Sebastià Alzamora, y Cap d’Hornos, de Neus Canyelles. En estos tres casos he pensado: ‘ha valido la pena’.

Ahora que se acerca una nueva edición, que incluirá de nuevo el castellano, ¿qué opina de ese bilingüismo?
—Estoy en contra de la presencia del castellano, sobre todo porque la función de las instituciones es fomentar el uso de la lengua catalana culta. Así que me parece trágico.

Su última novela, Diable de Byron! ganó el Ciutat de Palma Llorenç Villalonga, pero en el libro se habla de una inédita. ¿Piensa publicarla?
—Es una novela que escribí hace unos cuantos años. Lo que pasa es que la novela tiene un inconveniente: me desnudo demasiado. No sé cómo reaccionaría la gente al leerla. No sé si me quiero exhibir tanto...

¿De qué trata?
—Es bastante dura. Podríamos decir que es paraliteratura, entremezcla vida y literatura, de los años que estudié en Barcelona, aunque es pura fabulación, con una gran dosis de autoficción. Las narraciones internas de uno de los protagonistas, que es escritor, tienen tintes surrealistas. En conjunto forma un cóctel que no sé muy bien qué resultado daría. Así que es una novela que existe, que está en el ordenador, durmiendo plácidamente.

Tal y como se señala en el volumen que le dedican, se inició en la creación literaria de forma tardía.
—Era una asignatura pendiente. Sin embargo, siempre he pensado que no me alejaba demasiado de ella, teniendo en cuenta que, por ejemplo, había escrito biografías, que son novelas de vidas, o estudios, en los que me imaginaba que era un espectador en una obra de teatro. Las urgencias relacionadas con la investigación y la docencia retrasaron la aparición de mi faceta como novelista. Por otra parte, haber vivido mucho antes de novelar me ha ido bien. No siento que haya llegado tarde, al contrario, tenía dudas de si sería capaz de escribir novela y la verdad es que estoy satisfecho conmigo mismo.