En 1977, una treintena de jóvenes ocuparon la Dragonera para evitar, exitosamente, que fuera urbanizada, en una de las grandes victorias históricas del ecologismo en nuestras Islas. Entre ellos, se encontraba José Esteves de la Concepción, alias ‘Chocolate’, un niño gitano hijo de chatarreros portugueses que deleitaba a los demás activistas cantando rumbas. Menos de un año después, le encontraron muerto, a la edad de 13 años, en un baño público de Palma.
Aunque el atestado policial lo atribuyó a una sobredosis, al día siguiente la prensa habló de «muerte sospechosa de un muchacho». «Encontré una decena de teorías, a cual más estrafalaria, fantástica y oscura, sobre cómo murió ‘Chocolate’», explica Rafel Gallego, quien conoció la historia de este niño a través del libro de Tomeu CanyellesAhir enterràrem un nin a Ciutat y, fascinado, acabó escribiendo una obra de teatro sobre su figura.
Un momento de la obra 'Chocolate'. Foto: M. À. CAÑELLAS
Titulada Chocolate, se estrenará el 6 de febrero en el Teatre Xesc Forteza, bajo la dirección de Rafel Duran e interpretada por Joan Carles Bellviure, Lluqui Herrero y Toni Gomila. «Es increíble cómo un niño gitano de familia desestructurada acabó estando presente en todos los hitos de la época», incide Duran. «Se relacionó con gente de las clases marginales, pero también con artistas, activistas, policías, políticos, empresarios... Era camaleónico, transversal, y muy inteligente», añade Herrero. «Estuvo en el Selva Rock, en las fiestas de la Calatrava, en el Centro de la Guitarra tocando con Joan Bibiloni, también tocó con Joaquín Sabina mientras el cantautor hacía la mili en la Isla,...», enumera Gomila. «Era una mezcla entre Joselito, Tom Sawyer y Zelig. En solo 13 años, vivió muchas vidas, además de tener varias muertes», resume Gallego.
«Además de descubrir la fascinante historia de Chocolate, esta obra me ha permitido redescubrir la Palma de los años 80, una ciudad con una efervescencia cultural y artística increíble y mucho más abierta de la actual, que se está convirtiendo en un hotel boutique en el que todos los movimientos culturales se intentan encarrilar para beneficio del capitalismo», denuncia Herrero. Como dice uno de los personajes que interpreta la actriz en el montaje, una activista de la Dragonera: «Creíamos que cambiaríamos el mundo. No sabíamos que seríamos los propios mallorquines quienes acabaríamos vendiendo la Isla».
«Estamos ante una figura carismática, misteriosa hasta cierto punto, de una fuerza dramática incuestionable que, además, se nos aparece ahora como un fantasma que representa la inocencia de unos ideales que se diluyeron con el tiempo; una metáfora de la muerte de las utopías que debían destruir aquel mundo y crear uno nuevo, más bello; de una oportunidad perdida, plasmada en una serie de personajes –del mundo de la música, la política o el ecologismo– que se dejaron fagocitar por el sistema», concluye Gallego.
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