Albert Herranz: «Las islas son un resumen de la historia y la actualidad de la humanidad»

El autor presenta su nuevo libro, el ensayo ‘El melic de l’Univers’ (Documenta Balear), este miércoles en Lila i els Contes (Palma)

El escritor, traductor y guionista Albert Herranz es colaborador de este periódico. | P. Pellicer

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Aunque puede parecer muy obvio qué es una isla, una porción de tierra rodeada de agua, lo cierto es que, a la práctica, el planteamiento teórico se queda corto. Lo demuestra Albert Herranz en su nuevo libro, El melic de l’Univers (Documenta Balear), un ensayo sorprendentemente breve para la gran cantidad de reflexiones que contiene. Lo presentará esta tarde, a las 19.30 horas, en Lila i els Contes (Palma), junto a Joana Aina Ordines. El próximo 27 de abril hará lo propio en Campanet junto a Miquel Àngel Llauger, autor de Corfú, Cabrera, Martinica. Breviari d’illes i miratges (Lleonard Muntaner).

«Son pensamientos acerca de las islas y el hecho de ser isleño, pero no está centrado en las Balears, sino que recorre las islas de todo el mundo, desde el Mediterráneo al Atlántico, del océano Pacífico a los mares antárticos y árticos, del Báltico a incluso el espacio», matiza sobre El melic de l’Univers, título que pone el acento en la percepción de que una isla puede ser el centro del mundo.

Pero, insiste el autor, ¿qué es una isla? «Hay casos de islas que, por motivos políticos, son oficialmente rocas, como Rockall, que se anexionó al Reino Unido en 1955, que la ocupó cuando no era tierra de nadie para evitar que, durante la Guerra Fría, los soviéticos la usaran para hacer sus pruebas de misiles. El problema es que interfería con las millas de pesca de las Feroe, así que finalmente se decidió que sería una roca y no una isla. Y lo mismo al revés: hay una roca que está entre Chile y la Isla de Pascua. Para reivindicarla, se estableció que sería una isla, lo cual le otorga un estatus legal internacional más potente. También está Gibraltar que, aunque no es una isla, participa en los Island Games, una suerte de olimpiadas entre islas. Por tanto, no está tan claro qué es una isla y qué no», razona.

Por otra parte, Herranz no tiene tan claro que la condición de vivir en una isla implique estar aislado. «Antes la gente iba donde quería en barco, que era el medio de transporte más seguro hasta hace relativamente poco, hasta el siglo XX. De hecho, las islas están, en ese sentido, más interconectadas, porque están separadas por una cosa que las une: el mar», explica.

Asimismo, Herranz también aborda cómo la cultura y la sociedad ha percibido las islas a lo largo de la historia. «Han pasado de ser lugares misteriosos en los que ocurren toda clase de aventuras a ser territorios hostiles con tradiciones y pueblos extraños. Después, fueron lugares fascinantes y maravillosos, donde todo tipo de utopías eran posibles», relata. De hecho, señala, «quien acuñó el concepto de utopía, Tomás Moro, partió de una isla, que es todo un mundo». «Basta fijarse, por ejemplo, en que un mallorquín no dirá ‘he recorrido toda la isla buscando esto’, sino ‘he recorrido toda Mallorca’, como si se tratara de un continente. Luego están islas del norte muy aisladas, como San Kilda, situada en el Atlántico norte; una isla que venció a los humanos, que finalmente, a principios del siglo pasado, la abandonaron y no quisieron vivir más en ella», aclara.

Desde estas perspectivas, el escritor sugiere que las ínsulas son «una especie de fósiles de la actividad humana». «El romanticismo percibió la isla como un sitio en el que puedes hallar lo más auténtico, aquel dialecto puro de una lengua. Es entonces cuando se pone en marcha la construcción nacional de la península o el continente, que buscaban información en la isla, porque, en cierto modo, es el registro de la historia de la humanidad. En las Shetland, por ejemplo, puedes encontrar trazos de la lengua escandinava que ya no se habla; o los restos de la evolución que esconden las Galápagos. Es curioso esa percepción de último reducto, de mezcla, en el siglo XX, de utopía y ese lugar que mucha gente elige para encontrar su espacio propio. Eso también sucede ahora con el tema turístico. A nivel mundial, las islas reciben más visitantes que nunca, pero, paradójicamente, va menguando cada vez más el número de sus habitantes por las distintas presiones: demográfica, urbanística, etcétera».

¿Y cómo vive Herranz el ser isleño? «Para mí es fascinante, porque cada isla es por sí misma un microcosmos y, dentro de él, hay múltiples personalidades y realidades. Por ejemplo, en Mallorca cada pueblo tiene su universo, pero, a su vez, hay otros universos paralelos, con los recién llegados, lo que se establecen aquí o los que ya llevan mucho tiempo aquí», justifica. «En el fondo, las islas no dejan de ser un resumen de la historia y la actualidad de la humanidad. Además, ser isleño no es un hecho limitador, aunque sí he sentido cierto agobio cuando hablamos de la Guerra Civil, cuando tanta gente intentó huir y fracasó. Con todo, tiene una parte positiva e interesante: una isla está abierta al mundo, el problema es que el mundo se ha vuelto demasiado hostil y exagerado hacia las pequeñas identidades como son las islas», precisa.

Con el cambio climático, lamenta Herranz, este tipo de territorios terminará extinguiéndose. «Cuando Vicent Ferrer llegó a Mallorca profetizó que como estaba levantada sobre cuatro columnas de oro que se podían romper, acabaría desapareciendo. También hablo de islas que aparecen y desaparecen, como la Sandy Island, en el sur del Pacífico, que ha estado durante muchos años en los mapas pero, cuando intentaron cartografiarla hace unos ocho años, no lograran encontrarla, a pesar de haber registrado avistamientos y salir en Google Maps», cuenta.