Virgilio Rodríguez llegó como un extraño al mundo de los helados y en solo una década se ha convertido en un empresario líder con su Boutique del Gelatto.

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Dice que no quiere correr pero lleva un carrerón. Este emprendedor de 39 años no sabía nada de helados cuando decidió comprar un pequeño establecimiento que se traspasaba en el Paseo Marítimo. Se guió por el instinto. Y le salió bien. Virgilio Rodríguez continuó con el modo de trabajar del maestro heladero italiano que le vendió el negocio, Augusto Gallonetto. “Me di cuenta de que la heladería funcionaba, era barata y buena. Lo único que hice fue aprender el oficio y meter mucho trabajo, muchas horas”, asegura Virgilio, ahora cómodamente sentado en la terraza de la segunda heladería que posee en el Paseo Marítimo de Palma, la cuarta que abrió. En la actualidad ya tiene 10 en toda Mallorca, tres de ellas franquiciadas.

LA CLAVE: EL PRECIO. Virgilio lo tiene claro. El secreto del éxito de La Boutique del Gelatto es el precio. “Un buen helado no puede costar más de un euro. Cuando llegué a este negocio, el helado era un artículo de lujo y creo que no estaba justificado el precio que se pagaba por él. En estos diez años, casi once, que llevamos en marcha, hemos conseguido hacer el helado accesible a todo tipo de gente, y me siento muy orgulloso de ello”. A pesar de esta filosofía marcada claramente por el precio, Virgilio remarca que su producto no renuncia a la calidad: “Nuestros helados no son ni los mejores ni los peores. Utilizamos materias primas de primera calidad. Es un helado artesano que fabricamos cada día. Según nuestra filosofía, lo que busca el cliente es que sea dulce y frío; lo demás son matices. Podemos compararnos con cualquiera”.

SEGUIR CRECIENDO. Alrededor de 50 personas trabajan en esta empresa, que ya está pensando en salir de las fronteras de Mallorca. “La próxima Boutique del Gelatto queremos abrirla en Formentera”. Virgilio asegura que quiere crecer de forma moderada, que esta aventura no se quede en una burbuja más y con el tiempo tenga que cerrar tiendas. “Cuando abrí la primera heladería fue una locura. No hubo un crecimiento con sentido. Se formaban grandes colas para comprar helados. Trabajaba 14 horas diarias durante 9 meses. Cuando mis amigos se quejaron de que no había forma de pararse a comprar, más o menos a los tres años, me animé a abrir la segunda tienda, en Can Pastilla. Luego vinieron Portopí, una más en el Paseo Marítimo , Ocimax, Vía Roma...”. Virgilio recuerda esos primeros años como un caos. Tanto es así que el establecimiento ni siquiera tenía nombre.

“Se llamaba Gelateria Italiana. Tardamos mucho en ponerle un nombre, y aunque parezca increíble fue el proceso más duro. Ni aun ahora estoy convencido al 100%”. Virgilio Rodríguez sabe que los helados son su presente y su futuro. Quizás llegó por casualidad, pero ha venido para quedarse.