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La semana pasada hablábamos de “ruidos de mercado” y uno de ellos era precisamente las elecciones en España. En el mismo se advertía que un cambio de gobierno es penalizado, aunque menos que una incertidumbre.

A pesar de los estereotipos, los mercados no entienden de colores políticos y haciendo un ejercicio de recordatorio de hemerotecas podríamos ver cómo ante cualquier cambio de partido político gobernante tras unas elecciones, la bolsa ha bajado (sucedió tanto en las primeras elecciones que ganó Zapatero como en las que ganó Rajoy hace cuatro años). El motivo es fácil de entender: los mercados invierten su dinero en empresas que trabajan bajo una regulación y un entorno político concreto, sea bueno o malo, los inversores saben cuál es y les incomoda un cambio que podría provocar modificaciones significativas. Este efecto se suele dar a corto plazo, ya que a largo, gobierne quien gobierne el marco general no se debería modificar sustancialmente.

Por este motivo, el peor escenario es la incertidumbre que tenemos ahora. Si un cambio les provoca desinvertir, el no saber quién gobernará y cuándo lo hará no deja planificar, y este efecto puede ser algo más duradero.

Sin embargo, también es cierto que el mercado ya había penalizado la bolsa española respecto a otras del mismo entorno: a cierre de noviembre el Ibex tenía una rentabilidad en 2015 del 1,04%; mientras que en el EuroStoxx era del 11,44% y del MIB italiano (país periférico muy castigado en años anteriores como nosotros) era del 19,49%, con lo que el impacto puede suavizarse.

En la actualidad hay que tener en cuenta que el Ibex está intentando consolidar el soporte muy relevante de 9.300; mientras así sea, al menos cabe cierta tranquilidad, pero sería preocupante si se rompe también éste. En este sentido, los próximos días y las próximas semanas serán determinantes.

Para el pequeño inversor, tan mal acostumbrado aquí a invertir en acciones locales, la diversificación entre distintas zonas es básica (siempre lo es) para evitar estos sustos.