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La semana pasada me invitaron a una comida en la que estaba el popular economista liberal Daniel Lacalle. Lógicamente hablamos de muchos temas aunque, viviendo en nuestras islas, era inevitable que no saliese el tema de la corrupción, teniendo como tenemos un juicio tan mediático.


En la página web personal de Daniel Lacalle se puede leer una estupenda entrada, de marzo de 2014, en relación con este tema y que, si bien no resulta educado comentar lo que en un encuentro privado se trata, es bastante próximo y puede ser muy ilustrativo traerlo a debate a esta columna.


Lo primero que tenemos que tener claro es que existe un triángulo virtuoso para la corrupción en el que se retroalimenta: mucho gobierno y demasiado poder es el caldo de cultivo perfecto para la corrupción. Por este motivo la solución pasa por un gobierno más pequeño, en el que exista división de poderes, un sistema de pesos y contrapesos y, por supuesto, una mayor transparencia.

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Aquí cito textualmente su artículo cuando digo que “la corrupción se tolera - incluso se incentiva- mientras a la mayoría le cae algo de la misma”, y “cuando se acaba el ‘sobre' a la base de la pirámide -PER, subvenciones, ayudas, primas enchufes, contratos, amiguismo- nos entra la indignación”.


Sería hipócrita decir que los políticos que nos han gobernado no son muy diferentes a nosotros y -tal vez- la única diferencia es que ellos han tenido la oportunidad. Parafraseando al refranero “la ocasión hace al ladrón”. Todos ponemos la mano en el fuego por nosotros hasta que -me temo- podemos meterla en la caja. El secreto, aparte de que los delincuentes den con sus huesos en la cárcel, es no tolerar ni siquiera las pequeñas corruptelas… aunque nos beneficien.


No tenemos que ser tan ilusos como para pensar que existen recetas mágicas para luchar contra la corrupción o que un problema de mala gestión se puede solucionar gastando más dinero público y/o con gente sin experiencia y cuya única virtud es no venir contaminada. Tampoco podemos rasgarnos las vestiduras y pensar que el problema de la corrupción es exclusivo de nuestro país o de nuestra comunidad. Por ello, lo que realmente nos va a hacer diferentes son los umbrales de tolerancia que tengamos y cómo resolvamos los casos que van apareciendo… caiga quien caiga.