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La Responsabilidad Social Corporativa (RSC) es una expresión que se acuñó en el último tercio del siglo pasado para hacer referencia al compromiso de las empresas en cuestiones sociales, medioambientales y éticas, aunque la ambigüedad de las variadas definiciones responde a un tema cuestionable y cuestionado por académicos y expertos.
Es el Forum for Sustainable and Responsible Investment el que nos da la definición más utilizada en la actualidad para referirse a las inversiones socialmente responsables como “ la inversión sostenible, responsable y de impacto es una disciplina de inversión que considera criterios medioambientales, sociales y de gobierno corporativo en sus prácticas para lograr rendimientos competitivos en el largo plazo y un impacto social positivo”.
La generación de impacto en las inversiones socialmente responsables se produce con la aparición de un producto financiero de Rockefeller en 2007 y la creación de un grupo de trabajo en el seno del G8 el año siguiente demuestra el interés que ha despertado en la sociedad civil y el mundo de los negocios, produciéndose una importante aceleración en las impact investing.

Últimamente han crecido los stakeholders o grupos de interés que muestran su preocupación por las acciones sociales y medioambientales positivas de las empresas, para pasar de una actitud pasiva en la aplicación de los criterios financieros clásicos, que son rentabilidad y riesgo, a los inversionistas de impacto que buscan inversiones en proyectos o empresas que tengan el potencial de crear un impacto económico, social o medioambiental positivo ( agricultura sostenible, tecnologías limpias, microfinanzas, salud, educación, vivienda, etc.).

Para los inversores de impacto -afirma V. Liern-, no es suficiente tener la intención de impactar positivamente en la sociedad, sino que gestores e inversores, vigilen, cuantifiquen y comuniquen de manera transparente en qué sectores, regiones geográficas y demás condiciones se maximizan las rentabilidades sociales y financieras, aunque el inversor de impacto esté dispuesto, de entrada, a asumir en el corto plazo escasos resultados financieros con la expectativa de mejorarlos en el futuro.

Es necesario aprovechar todas las posibilidades del sistema financiero para un desarrollo sostenible dando las prioridades críticas que no agoten el llamado capital natural y centrar los esfuerzos en llevar a cabo aquellas actividades que resulten lo más beneficiosas para la sociedad empleando los mínimos recursos, esto es, haciendo más eficientes los procesos.
Amigo empresario, estamos ya en un entorno en que las empresas y los ciudadanos empiezan a tener conciencia del cambio climático y exigen un desarrollo sostenible capaz “de satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades” (Brundtland) y por ello nuestro modesto consejo: que sus próximas inversiones tengan como objetivo alcanzar resultados económicos eficientes que, a su vez, sean sostenibles y socialmente beneficiosas.