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Queridos lectores, como todo hijo de vecino habrán oído en infinidad de ocasiones a lo largo de los tiempos: “el mejor seguro es el que jamás llega a utilizarse”. Dicha premisa y no falta de razón alberga una lógica aplastante; a pesar de las coberturas de los seguros que uno pueda tener respecto a bienes, etc., es preferible no tener que utilizarlas puesto que siempre implica la existencia de algún incidente desafortunado, accidente o desastre mayúsculo.

Antaño, y a pesar de que las compañías aseguradoras no fuesen tan multinacionales como ahora, cuando cualquier ciudadano de a pie contrataba un seguro para su auto, aparte de cumplir con la ley se sentía “seguro” puesto que había unas empresas en teoría fiables que nos daban unas determinadas coberturas sobre bienes materiales y físicos a cambio de una prima que cada fulanito había desmbolsado previamente. Cuando alguien contrataba un seguro sanitario, estaba convencido de que todo lo referente a su salud (visitas, ingresos, intervenciones quirúrgicas, etc.) quedaba cubierto. Y lo mismo sucedía con la suscripción de una póliza de seguro de hogar. Uno andaba tranquilo en su morada con el pleno convencimiento de que estaba asegurada. Cuando el señor asegurador nos extendía su mano entendíamos que podíamos confiar en su palabra.

Como ocurre casi siempre, nada es lo que parece y la pillería disfrazada con letra pequeña también llegó al mundo de los seguros, en nuestro perjuicio y para nuestra desgracia. El resultado es lo que tenemos a día de hoy: ya nadie se fía de nadie.

El seguro es en parte estadística y en parte también un juego, el que asegura muchas veces gana y algunas pierde. Pero en nuestros tiempos contemporáneos tampoco es así: las aseguradoras quieren ganar siempre a costa de quien sea y de cualquier manera. Si por desgracia hay un accidente de coche se agarran a un sinfín de minuciosidades con el fin de eludir su responsabilidad subsidiaria. Parece que el conductor es siempre el imprudente, la revisión del kilometraje no se realizó correctamente o la cobertura de la reparación es solo parcial.

Con los seguros médicos es todavía peor. Toda una vida desembolsando religiosamente la cuota cada mes y al cumplir una edad avanzada te echan a patadas, o te suben un quinientos por cien la cuota, que viene a ser lo mismo. Uno puede sentir la humanidad de estas corporaciones cuando padece algún accidente o trastorno serio en sus propias carnes. Una buena mañana, enfermo y desde la camilla de la celda asignada, un fiel y cumplidor abonado a un seguro descubre que hay límite de fecha de hospitalización, que las prótesis van aparte, que el acompañante paga peaje y si no le va bien puede largarse a otro sitio o a otro barrio. El seguro de hogar es como un brindis al sol. Uno se siente confortable cuando lo contrata y el resto del tiempo va descubriendo que no sirve para nada. Cuando hay problemas y se reclama la cobertura justamente no estaba especificada en contrato. En sus apañados protocolos burocráticos, paciente lector, usted y su casa, su salud, su vida y su coche siempre quedan apaleados. Los seguros de automóviles cuanto más antiguos sean ellos menos posibilidad de crearle la seguridad necesaria que precisan, en fin…

Se lo confirma desde un número infinito y de tarifa máxima al que ha llamado una amable señorita con voz de hastío desde el otro lado del interfono. Si se va haciendo viejo usted, su automóvil y su casa tiene sus años… la inseguridad de su “SEGURO” está asegurada.