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La subida del impuesto turístico, que doblará su importe, revela hasta qué punto estamos en manos de rigurosos y concienzudos gobernantes, que preparan a fondo las medidas que imponen.

En primer lugar, hay que decir que la rascada al bolsillo de los turistas dañará al sector de alojamiento reglado. Los esforzados cobradores del impuesto son los que habrán de aguantar las quejas de los clientes, que han empezado ya, con el simple anuncio. El año que viene las recepciones de los hoteles tendrán que explicar hasta tres veces el impuesto: la explicación normal, la imposible explicación sobre qué se ha hecho con la recaudación de 2017 y la más difícil todavía, por qué tienen que pagar el doble que el año pasado. Nuestro turismofóbico gobierno piensa para sus adentros, “sino quieren quejas, que lo paguen los empresarios”.

En segundo lugar, hay que decir que el razonamiento base, “como no hemos logrado fastidiar el negocio con un euro, pues ponemos dos, a ver qué pasa”, es algo peor que simple y primario. Adivino qué dirán cuándo logren fastidiar el negocio, y lleguen las vacas flacas: “No podemos bajar el impuesto, porque necesitamos ingresos para atender a los que se han quedado sin trabajo, porque vienen menos turistas.”

En tercer lugar, en este año 2017 el Govern ha lanzado, a cuenta del impuesto turístico, un concurso de ideas para ver en qué gastarse la multa universal al turista que viene a Balears. Si tan perentorias, tan urgentes, fueran las intervenciones que se necesitan por la huella del turismo depredador..., deberíamos saber exactamente en qué gastar el dinero, no debería haber ningún concurso. Pero no, hay que hacer un concurso, a ver qué idea es más deslumbrante. Ya conoceremos al equipo de consultores que evaluará e informará.

Por todas esas “razones”, el padre de familia promedio que nos visita tendrá que pagar casi diez euros diarios. En la convocatoria anterior, los turistas pagaron 400.000 euros por la nueva sede de la Orquestra Simfònica de Balears (más bien de Mallorca). No sé cuántos turistas de Eivissa y Formentera acuden a los conciertos, pero en la fecha que está programado el siguiente, 27 de octubre (el único de aquí a mayo 2018), no habrá muchos turistas para acudir.

La verdad, no veo la relación entre turismo de sol y playa y música sinfónica, salvo que se haya decidido que los turistas tienen que pagar los conciertos a los mallorquines. Mi conclusión: la política fiscal se usa para penalizar y dificultar el turismo. Turismofobia fiscal.