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A punto de cerrar 2018, el año se despide en Menorca con más preguntas que respuestas. Un clima de incertidumbre sobrevuela la isla como fiel reflejo de lo que sucede a nivel planetario, pero que por tamaño supone una losa demasiado grande para pensar en poco más que passar com poguem.

Durante estos 365 días hemos experimentado uno de los peores episodios de nuestra historia moderna tras el apagón monumental de dos días y medio en Ciutadella, Ferreries, es Mercadal, es Migjorn Gran y Alaior, que afectó a 38.228 clientes y que supuso la paralización de media isla.

Una situación insólita que demostró la dejadez de inversiones en infraestructuras cuyo blackout nos puso en el foco mediático de todos los telediarios y prensa británica. El caos que hubiera supuesto el mismo episodio en pleno agosto habría sido demoledor para nuestra reputación.

Los interrogantes del plan de contingencia fallido, de la debilidad de nuestro sistema energético o de que se vuelva a repetir el apagón suman demasiadas incógnitas como para no dejar de incluir en la carta a los Reyes de cada menorquín un generador propio.

Está también el interrogante de cómo será la temporada turística en 2019, observando el divorcio existente entre las patronales y la Fundació Foment del Turisme, del que solo se escuchan reproches en lo que podría haber sido un matrimonio perfecto de la teórica colaboración público-privada.

Están quedando sobre la mesa demasiados asuntos sin resolver, como por ejemplo el Lazareto, optimizado solo como escenario de conciertos de verano de lujo cuando estaba llamado a ser un eje estratégico de nuestro puerto cuando se pidió la cesión del Ministerio de Sanidad. Y no cito el brexit para no estresarme más.

Otra de las grandes incógnitas para los menorquines está siendo el fraude del descuento aéreo del 75%, que para la doble insularidad que sufrimos supone una decepción. El ministro Ábalos se ha apresurado a afirmar que lo estudiará, cosa que demuestra que la Administración pública omite su deber de control de estos abusos, ya que fue la patronal de agencias de viajes la que alzó la voz ante un hecho que cualquier usuario ya había detectado.

En entornos políticos de tanta fragilidad como la que se vive en el Congreso de los Diputados y ante un escenario electoral de mayor fragmentación, la sensación es que tiene más fuerza una compañía aérea que un Gobierno.