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Hace un año, los indicadores de miedo en las bolsas mundiales estaban disparados: las caídas desde finales de febrero estaban siendo históricas por un virus que había paralizado el mundo.

La bolsa, aunque a veces parezca un ente divino, es un mercado en el que muchas personas toman decisiones de inversión o desinversión.

¿Qué influye en las ejecuciones de estas órdenes? Si fuéramos robots, únicamente los números de las compañías, entorno, sus competidores o la situación técnica de las mismas. Sin embargo no lo somos. Al ser humanos nos influye nuestro físico (si estamos cansados, si hemos dormido bien) y las emociones (si estamos tristes, contentos o, especialmente, si tenemos miedo).

Detengámonos en el miedo: es una sensación que paraliza y hace retroceder. Se dice “no hay nada más cobarde que el dinero”, cuando realmente ese dinero lo mueven las personas. La frase real sería “no hay nada más cobarde que personas tomando decisiones dinerarias”.

En bolsa, el miedo se convierte en pánico colectivo de forma muy sencilla: por una parte porque estamos continuamente bombardeados de noticias, a veces ruidos, por prensa financiera (en momentos de más pánico incluso generalista), redes sociales y por declaraciones o recomendaciones de casas de análisis o “gurús”. Y por otra, porque cada segundo se conoce el precio de un activo, así que en momentos malos todo inversor puede ver cómo su patrimonio decrece.

Los dos factores se retroalimentan: el miedo hace provocar caídas en las cotizaciones, que a su vez mete más miedo, que agrava los descensos, que empieza a salir en las noticias, que provoca más miedo y, por tanto, más ventas que hacen caer los precios, que a su vez activa ventas en sistemas automáticos o robots de trading (un factor adicional) y así, ¿hasta cuándo?

El suelo, que en muchos casos coincide con un gran soporte técnico, se marca en cuanto algún gran inversor aprovecha “gangas” para invertir, aunque no lo hace muy fuerte para no disparar los precios y poder ir acumulando posiciones.

Seguro que a mucho lector le suena esta descripción con lo vivido durante el mes de marzo.

Realmente es comprensible que ante confinamientos mundiales que paralizaron los ingresos de la mayoría de empresas, muchos pequeños inversores tuvieran miedo y vendieran. Sin embargo los que analizaron el impacto de los “lockdowns” en las empresas, las ayudas públicas que recibirían, las oportunidades de sectores que trabajan “megatendencias” y la limpia de empresas no solventes, pudieron aprovechar el momento, especialmente tras la tercera semana de marzo donde se paralizaron las caídas y empezó una frase de acumulación.

A día de hoy, varias bolsas, como Alemania, Japón o Estados Unidos están por encima de los niveles que se alcanzaron antes de la pandemia: quien no hiciera nada no está perdiendo dinero o lo está ganando y quien, además haya aprovechado momentos de pánico tendrá jugosas plusvalías.

La lección, un año después de uno de los mayores pánicos bursátiles de la bolsa es diversificar (hay empresas que desaparecerán y bolsas que tardarán más en recuperar) sin dejarse llevar por el pánico, ni por la euforia que a veces es peor.