Recientes acontecimientos han planteado dudas y debates sobre una posible crisis en la gestión de activos, la apreciación de la inversión en valor y sus sistemas de cuantificación. Coincidió cuando surgió la noticia de la vacuna y un grupo heterogéneo de empresas, aerolíneas, bancos y petroleras se dispararon con la esperanza de una recuperación. Las llamadas acciones de valor, firmas con muchos activos en industrias pesadas, llevaban más de diez años quedando por detrás del mercado de valores estadounidense en más de 90 puntos porcentuales; suficiente para provocar una crisis de confianza entre algunos gestores de fondos, que se preguntan si su marco para evaluar empresas funciona en la era digital. Con razón es necesaria una actualización ante una economía en la que los intangibles y las externalidades cuentan más.
Ahora hace más de 20 años que el Nasdaq se desplomó después de un gran aumento, concretamente finales de los noventa del siglo pasado. El pico de marzo de 2000 marcó el final de la burbuja de internet. Con el colapso comenzó un análisis crítico de los estrictos métodos de valoración iniciados alrededor de 1930 planteándose el concepto de la inversión de valor. En esta teoría, valor significa un precio bajo en relación con las ganancias recientes o el valor contable de los activos. Había faltado rigor en la época de las puntocom. Los analistas utilizaron medidas, originadas desde la visión, compromiso u oportunidad. Durante gran parte de la última década, el mercado de valores ha sido impulsado por las acciones de las grandes tecnológicas. Últimamente, las acciones de valor se han recuperado con las perspectivas de una vacuna con esperanzas del regreso a una economía normal.
Las acciones suelen seleccionarse, aprovechando la brecha entre las expectativas y los fundamentos, entre el precio de una acción y su valor real, complicado o ponderado por el mix tangible e intangible, capitales en una nueva economía en la que el software, las ideas, las marcas y el conocimiento general son los más importantes. La forma en que se contabiliza o no se contabiliza el capital intangible, distorsiona las medidas de las ganancias y el valor en libros, lo que nos sitúa en posiciones menos fiables en las que basar el valor de la empresa. Se requiere un enfoque diferente, no la práctica inestable de las puntocom, sino un método serio, basado en la lógica y la teoría financiera; sin embargo, la vieja escuela ha frenado el cambio.
Lo que sustenta todo es una distinción importante, entre el precio y el valor de la acción. Precio es una criatura de sentimientos, codicia y miedo. El valor intrínseco, por el contrario, depende del poder de las ganancias de una empresa. Esto a su vez se deriva de los activos de capital en sus libros: sus fábricas, máquinas edificios de oficina, etc.
La valoración de una acción debe basarse en un múltiplo conservador de los beneficios futuros, que a su vez se basan en una proyección sobria de las tendencias recientes. El valor en libros de los activos de la empresa proporciona una verificación cruzada. Una base más confiable que cualquier otro futuro extraído del aire del “optimismo o del pesimismo”. Como precaución adicional, los inversores deben buscar un margen de seguridad entre el precio pagado por una acción y su valor intrínseco. Se establecieron así los principios de la inversión en valor. En caso de duda apóyese en acciones con una relación precio-beneficio o precio-valor contable bajo.