En el pasado decíamos que para que los ciudadanos adopten comportamientos prudentes, es preciso que la epidemia sea ostensible sino lo olvidan y a otra cosa. La gente joven y no tan joven ha creído, tal vez demasiado pronto, que la situación no era crítica, por lo que los comportamientos con riesgo se han multiplicado.
Tanto en la COVID-19 como en el calentamiento climático, la lucha no puede plantearse sobre la base de un diagnóstico científico por incontestable que sea. Los ciudadanos no pueden creer en una amenaza que no figura más que en los libros. Deben sentirla en sus carnes para desear combatirlo. Es preciso que el cambio climático sea sensible en los veranos sofocantes y en los inviernos caprichosos, huracanes; o en aproximación de los efectos de la pandemia como imparables para desear evitarlos, procurando que la concienciación no llegue demasiado tarde.
Ahora las consecuencias de los cambios en el acontecer de la humanidad se han materializado cada día más, ante nuestros propios y asombrados ojos, al oeste del Canadá apagando un incendio bajo una cúpula de calor con cientos de víctimas; ciudades en Alemania, en Bélgica; también en China o en India, sumergidas por lluvias o diluvios, sembrando la muerte y la desolación; enormes incendios propagarse por todo el planeta, devastando bosques debilitados por reiteradas sequías; otros tantos sucesos meteorológicos se multiplicarán hasta que el calentamiento no sea contenido.
También hemos conocido como el emirato de Dubái, enfrentado a temperaturas superiores a 50º, provocaba artificialmente lluvias difundiendo cristales de sal en las nubes. Después del éxito en las vacunas sabemos que se puede apostar incluso por la ciencia ficción; las pistas que siguen los especialistas en geoingeniería son inciertas, distantes, imperfectas, tal vez peligrosas. En materia de ecología todo está interconectado y una intervención puede tener consecuencias inesperadas.
Así expuesto se recogen algunos indicios: aumentar la reflectividad de la tierra, acelerar la formación de nubes, esponjar el CO2 gracias a la bioenergía, instalar filtros al CO2, estimular la bomba biológica de los océanos, repoblar las nubes para su goteo, acelerar la formación de minerales, más árboles y más algas, secuestrar el carbón en los suelos agrícolas, encoger a los humanos, modificar la trayectoria de la tierra... Algunos de sus promotores tal vez influidos por las aspiraciones radicales del Silicon Valley, piensan que las tecnologías podrán responder a los desafíos que se plantean. Otros investigadores, desconcertados por nuestra incapacidad de invertir la curva de emisiones de CO2, quieren proponer una solución que evite el desastre. No se les puede reprochar que quieran explorar todas las vías.
Frente a la crisis climática, lo más seguro consiste en reducir nuestras emisiones de gas para llegar a la neutralidad carbón. No lanzar a la atmosfera más CO2 que el que la tierra puede captar con naturalidad. Es imperativo que la humanidad comenzando por los países más desarrollados, consiga transformar de forma radical su consumo de energía o sus modos de producción. Tanto si ciertas soluciones de la geoingeniería como la captación para stock de CO2 contribuyen a neutralizar el carbón. Y tanto mejor si determinados proyectos no tienen que salir de los laboratorios. Esto significará que no se planteará su necesidad.