A pesar de estar en plena presentación de resultados de las empresas cotizadas en Europa y América, ambas con muchas sorpresas positivas, las bolsas se mueven por otros factores. La inflación que provoca subidas en tipos de interés y el conflicto entre Ucrania y Rusia son los dos temas de máxima actualidad entre los analistas de mercados.
Realmente ambos van muy ligados: el petróleo, y otras materias primas energéticas de origen fósil, son las culpables de una parte muy importante de esta escalada de precios. En Europa, viendo las tasas de inflación subyacente que eliminan el efecto de los combustibles y de los alimentos perecederos, la subida de precios es casi exclusiva de estos dos elementos (no así en Estados Unidos con un dato subyacente similar al genérico).
Este factor a priori es tranquilizador: cuando baje el petróleo la inflación quedará corregida y se acercará a los objetivos de los bancos centrales. Sin embargo, también tiene un efecto preocupante: si el petróleo y el gas tardan mucho en bajar, a las empresas no les quedará otro remedio que trasladar estos costes a sus clientes finales y, por lo tanto, también subiría la inflación subyacente.
El efecto inflacionario para la bolsa es doble: por una parte si las cotizadas no pueden subir sus precios perderán márgenes, generando menos flujos de caja y sus valoraciones bajarán. Por otra parte, porque, para corregir la inflación, los bancos centrales deberán (y así ya han empezado a hacer) replegar sus políticas monetarias expansivas: desde recortar las inyecciones de liquidez hasta subidas de tipos oficiales.
Ante este escenario, queda claro qué tipos de empresas se verían perjudicadas, si no incorporan otros factores diferenciales: (i) las que no son capaces de incrementar el precio de sus productos y servicios para mantener márgenes y caja; (ii) las que están muy endeudadas y las subida de intereses les genera un sobrecoste relevante y (iii) las que dependen de beneficios a varios años vista que se descontarían a día de hoy a tipos de interés más altos perjudicándoles en su valoración.
Por lo tanto, las previsiones sobre el crudo sí son relevantes y, como en cualquier activo, dependerá de la oferta y la demanda.
Por la parte de la oferta es normal haber visto la subida casi vertical desde noviembre de 2020: tras unos meses con consumo de petróleo nulo (fábricas cerradas, aviones en tierra, barcos en puertos y camiones en garajes) el comienzo de los desconfinamientos y, especialmente, la aparición de vacunas generaron una explosión de consumo. A día de hoy todo está más normalizado, así que ver cierto relajamiento en el precio sería normal.
Sin embargo, la pata de la oferta es mucho más compleja al depender de pocos productores en situación oligopolística: cuando quieren bajar el precio producen más y viceversa.
Por último, el conflicto Rusia- Ucrania, sin reflejarse mucho al inicio pero inyectando mucha tensión este mismo jueves, no ayuda: sanciones a Rusia que le impidan vender petróleo y gas provocan una caída importante de la oferta que, si otros productores no lo remedian, acelerarían más la subida de precios.
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