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Una perspectiva histórica de la evolución de nuestra actividad turística puede ser útil para relativizar los problemas que nos plantea la urgencia del presente y para rebajar la incertidumbre que nos produce la previsión del futuro. Me remito a mis vivencias vitales de las últimas seis décadas (desde los 60 hasta hoy). Decía el escritor inglés Robert Graves, en 1953, que eligió Mallorca como su hogar a causa de su clima y porque se le aseguró que podría vivir allí con solo una cuarta parte de la renta que necesitaba en Inglaterra. Según Graves el mass tourism, que comenzó después, fue una moda para gozar de sus playas y ponerse moreno difundida por el novelista inglés D.H. Lawrence. Creo que este simple argumento sigue siendo válido hoy en día a pesar del tiempo transcurrido, con la diferencia de que eran los TT.OO. quienes operaban la aviación chárter y ahora lo hacen empresarios especialistas. Hoy las modas del mass tourism ya no las marcan los novelistas sino los expertos en marketing turístico.

En Balears el turismo extranjero en sus inicios superó al nacional y por su mayor gasto per cápita fue una bendición del cielo que acabó con la emigración de los isleños. La prosperidad de las primeras tres décadas fue comparable con el descubrimiento del petróleo en los países del Golfo Pérsico, alcanzando Balears un nivel de renta per cápita superior al resto de CC.AA. Pero si bien en el Medio Oriente el turismo ha producido una mejora del paisaje del desierto, en Balears ha motivado una gradual destrucción del medioambiente, lo que ha justificado una creciente ordenación territorial, llegando a plantarse poner un límite al crecimiento. También han contribuido a este desajuste la crónica debilidad de la estructura administrativa insular y la gravedad del factor estacional, que provocan costes no externalizados y desfases que merman rentabilidad al negocio turístico. Cuando en los años 80 se unió la carestía de la construcción a la escasez de solares, la reacción del empresariado hotelero fue invertir primero en Canarias (1978) y después en el Caribe (1985), manteniendo sin aumentos notables su capacidad alojativa en Balears. Aun así, quedan pendientes otros retos como: la mejora de la formación profesional incluso en sectores no turísticos, y la diversificación de actividades no estacionales, como el desarrollo del turismo sanitario orientado a un cliente jubilado de la Unión Europea (ya presente en las costas del sur de España). Merece también atención la crisis del sector agrícola-ganadero, por falta de mejor distribución y cooperación con el sector turístico y con la ciudadanía balear.

Frente al actual retroceso de Balears en la posición en el ranking de renta per cápita nacional podemos anteponer la buena calidad de vida en términos de: seguridad ciudadana; coste reducido de movilidad por puertos y aeropuertos; hegemónico sector servicios (menos vulnerable a crisis económicas y menos agresivo con el medio ambiente); y región española muy cosmopolita. No hay a medio plazo otra actividad económica, fuera del turismo, que pueda mantener el actual nivel de renta y de trabajo. La mejor forma de reciclar las plusvalías de la actividad turística actual es invirtiendo en la educación de los jóvenes. Para ello, es fundamental la labor de la UIB y de su Escuela de Turismo, que está ya realizando una gran labor de investigación y es un foro de estudios del turismo y de sus efectos sobre la economía y la sociedad balear. Este progreso educativo debería ser respaldado por el empresariado sobre todo el turístico. El turismo en Balears, en su actual nivel después de seis décadas, ha sido una oportunidad histórica no repetible pero que, a diferencia del petróleo, no se terminará si sabemos proteger nuestra naturaleza y los recursos naturales.