El pasado mes de octubre se han cumplido dos aniversarios a los que deseo referirme. Ambos importantes. Hace 45 años, el 25 de octubre de 1977, se firmaron los Pactos de la Moncloa. El 28 de octubre de 1982 se han cumplido 40 años de la histórica victoria del Partido Socialista Obrero Español con diez millones de votos y 202 diputados.
Los Pactos de la Moncloa, siendo ministro de Economía y Hacienda Enrique Fuentes Quintana, fueron fundamentales para hacer frente a la dificilísima crisis económica que vivía nuestro país (inflación superior al 25%) y que se venía arrastrando desde la primera crisis del petróleo del año 1973 en pleno tardofranquismo. El acuerdo alcanzado (el Partido Comunista se empleó a fondo en favor del pacto mientras que el PSOE se sumó al mismo arrastrando los pies) entre los principales partidos políticos del arco parlamentario y los agentes sociales, patronal y sindicatos, puso freno a la hiperinflación y a la conflictividad laboral imperante. Encauzado el problema económico se pudo lograr, en el marco de un clima de diálogo y entendimiento, el consenso necesario que hizo posible la Constitución del 78, el gran logro de la Transición.
En mi opinión, los Pactos de la Moncloa tienen una trascendencia histórica en el ámbito económico, muy similar al Plan de Estabilización del 59 que hizo posible en España el desarrollismo de los años sesenta con crecimientos del PIB cercanos a los dos dígitos. Los promotores del Plan fueron los tecnócratas del franquismo provenientes del Opus Dei. Su principal autor intelectual fue el economista catalán Joan Sardá Dexeus, con el que colaboraron los también economistas Enrique Fuentes Quintana y Fabián Estapé, quienes, precisamente, años más ocuparon la tribuna del Ateneo de Maó.
El otro aniversario al que quería referirme es la victoria, por mayoría absoluta, del PSOE en el 82. Pienso que la autodestrucción de UCD, que desde la centralidad política había liderado el cambio político en España bajo la presidencia de Adolfo Suárez, ayudó, en parte, al amplio respaldo popular conseguido por el Partido Socialista liderado por Felipe González. Con la alternancia política del 82 se puso punto y final a la Transición y consagró definitivamente a nuestro país como una democracia liberal plenamente homologable a las de nuestros vecinos europeos.
Denostar la Transición política española, como algunos sectores están haciendo en estos momentos, es pura ignorancia o, peor aún, mala fe. De todas formas, la gran mayoría de los españoles que vivimos aquellos años valoramos muy positivamente el trabajo realizado por los constituyentes. También echamos en falta que este clima de entendimiento no prevalezca actualmente frente a la bronca y crispación en cuestiones que afectan al mantenimiento del estado de bienestar de los ciudadanos.
La grave crisis actual, con una guerra en suelo europeo, impensable hace un año, exige a la clase dirigente, tanto nacional como europea, a desterrar el enfrentamiento y, en su lugar, unir esfuerzos en busca de alianzas y acuerdos que nos alejen de los malos augurios que nos amenazan en pleno siglo XXI. De lo contrario, mal iremos.