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El pensamiento de Karl Marx, a pesar de su gran influencia social, nunca llegó a formar parte del «main stream» de la economía académica. Fundamentalmente porque, inmediatamente tras la publicación de «El Capital» se produjo un cambio de paradigma. Hasta ese momento se consideraba que la única fuente del valor económico era el trabajo. De ahí la idea marxista de una sociedad brutalmente dividida en dos. Los proletarios explotados que trabajan y, por tanto, producen valor; y los explotadores capitalistas quienes, sin trabajar, se apropian del valor de aquellos.

El nuevo paradigma alternativo, sin embargo, pasó a considerar que el valor dependía, sobre todo, del deseo de poseer un bien, y de sí éste es más o menos abundante. Un diamante buscado, removiendo toneladas de tierra, tiene un valor similar a un diamante encontrado casualmente. La cantidad de trabajo necesario para su obtención carece de importancia. Según esta nueva visión, el medio ambiente pasa a tener valor y no existe división social, pues todos reciben una compensación en función de su aportación al incremento al producto social.

Este hecho, unido al fuerte incremento del nivel de vida experimentado en aquellas décadas, tras las leyes liberalizadoras del premier inglés Robert Peel que hicieron del Imperio en una enorme área de libre comercio, junto al rechazo a las revoluciones violentas, provocaron una reformulación del socialismo. En Gran Bretaña, adoptó el nombre de «Fabiano» en honor a un general romano conocido por sus tácticas dilatorias. El dramaturgo, y premio Nobel de literatura, George Bernad Shaw fue uno de sus fundadores e impulsores. Su ideario, socialista no violento, lo plasmó en 1910 en el diseño de una vidriera: «La ventana fabiana». Vale la pena detenerse a contemplarla en la London School of Economics en estos tiempos de globalismo y de Agenda 2030. En ella se ve al propio Shaw y a su compañero fabiano Sidney Webb moldeando un globo terráqueo colocado sobre un yunque. A su izquierda, manejando los fuelles, a quien fue el secretario de aquella sociedad. Mientras que en la parte inferior aparecen, en actitud de rezo ante los valores promovidos, algunos miembros destacados de la misma, entre los que se aprecia a H. G. Wells. El escudo que preside la escena es, nada menos, que un lobo con piel de oveja.

Ese movimiento socialista, sorprendentemente, estuvo extraordinariamente bien financiado por muchos millonarios que, incluso, brindaron la posibilidad de construir, en el mismísimo centro de Londres, a modo de primer think tank, una pionera facultad de economía, precisamente la influyente London School Of Economics. La estrategia continuó con la fundación del Labor Party, que sirvió de modelo a tantos y tantos partidos socialistas del resto del mundo. Ahora, de nuevo, acaudalados magnates parecen dispuestos a promover una especie de nuevo socialismo globalista, mediante la creación y la difusión de marcos mentales e ideas impulsadas desde influyentes think tanks. ¡Curiosa alianza!