Los convencidos seguro que no cambiaron el voto. ¿Y los indecisos? El domingo lo sabremos. Pablo Casado atacó con insistencia a Sánchez, Rivera repartió sus dardos entre Casado y Abascal, fundamentalmente. Iglesias insistió una y otra vez en la necesidad de ponerse de acuerdo los partidos de izquierda y Sánchez insistía en anunciar medidas concretas y explicó que si gobierna creará una vicepresidencia económica para Nadia Calviño o un ministerio contra la despoblación. Y Abascal fue duro y contundente como se esperaba. La supresión de las autonomías fue una de sus propuestas en una exhibición de ideología de extrema derecha, que no obtuvo réplica de los líderes de PP y Ciudadanos. Por cierto, Casado, Rivera y Abascal, pese a los ataques que se dedicaron, no tienen problemas para entenderse. Sánchez, que fue atacado por el resto de candidatos, reclamó que si no hay acuerdo se deje gobernar a la lista más votada, que las encuestas apuntan a que será la socialista. Iglesias reclamó a Sánchez que dijera con quien pactará y Casado insistió en interrogar al presidente del gobierno si llegará a acuerdos con los partidos independentistas.
En un debate electoral, retransmitido por televisión, todo está pautado y pactado, desde el orden de llegada de los candidatos hasta su salida. En ocasiones, casi sin querer, salta la polémica sobre las denominadas cuestiones previas. Este lunes, el candidato de Ciudadanos Albert Rivera perdió el primer asalto cuando trascendió que desde el partido naranja se había ordenado la colocación de un alzador de 10 centímetros. El objetivo, claro, no era otro, que dominar desde la altura. La Academia de Televisión, que organizaba el debate, lo confirmó, pero desde Ciudadanos lo desmintieron con rapidez. Las imágenes de televisión despejaban cualquier duda, puesto que se podía una plataforma en el lugar que debía ocupar Rivera. Poco después, la pequeña tarima había desaparecido.
En el aspecto más formal, todos los candidatos exhibieron corbata menos, curiosamente, Santiago Abascal, el candidato de la extrema derecha. Y todos se pusieron la americana menos Pablo Iglesias que llevaba una camisa arremangada. Por cierto, todo eran hombres.
El primer bloque temático, referido a la cohesión territorial, fue especialmente intenso. Pedro Sánchez hizo propuestas variadas y apostó de forma variada por el diálogo. Explicó que Catalunya tiene un problema de convivencia y no de independencia, pero acto seguido propuso que el código penal recogiera como delito la organización de un referéndum ilegal, pese a que en febrero votó en contra de la misma propuesta. Además, anunció que los consejos de administración de los entes de televisión fueran elegidos por dos tercios de los parlamentos. Pablo Casado exhibió moderación al reclamar la Ley de Seguridad Nacional e interpeló a Sánchez sobre si Catalunya era una nación. Además, recordó que el PSOE gobierna con partidos independentistas en Balears y que mantiene acuerdos con formaciones independentistas en Catalunya o Galicia. Rivera fue claro. Pretende aplicar de nuevo el 155. El candidato de Ciudadanos desplegó su artillería al mostrar un adoquín y señalar que se arrojaban en Barcelona a las fuerzas de seguridad. Poco después, exhibía la larga lista de competencias cedidas por gobiernos del PP y del PSOE a Catalunya. Abascal, como se presumía, fue contundente al reclamar la suspensión de la autonomía en Catalunya y la ilegalización de los que denomina partidos golpistas. Iglesias, por su parte, no tuvo reparos en reconocer la plurinacionalidad de España, al tiempo que proponía una mesa de partidos. En definitiva, nada que no fuera lo esperado.
Los candidatos se esforzaron en proponer medidas concretas. En los bloques de economía y política social, Casado, Rivera y Abascal apostaron por suprimir impuestos como el de sucesiones y reducir las cargas impositivas. Rivera insistió también en la Ley de Familias y abogó por suprimir el que denominó como el Impuesto de la Corrupción del Bipartidismo. Rivera recordó a Sánchez que en Balears no pueden ejercer todos los funcionarios en una clara alusión al catalán como requisito para entrar en la administración pública. Iglesias abogó por subir el salario mínimo, garantizar la revalorización de las pensiones o la creación de un impuesto para la banca. Y el presidente del gobierno se comprometió a no recortar el estado del bienestar. El duelo recurrió a los argumentos de casi siempre en los bloques dedicados a la calidad democráticas y la política internacional.
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