La negativa de Milosevic a ceder ante las bombas puede llevar a una
situación de incalculables consecuencias que no ha hecho más que
agravarse con la declaración del estado de guerra por parte de
Belgrado.
El conflicto supone un reto para la OTAN, en su papel de garante
de la paz y la estabilidad en Europa, que hace seis meses afirmó su
derecho a intervenir por «imperativo humanitario», sin pasar por el
Consejo de Seguridad de la ONU, donde Rusia y China disponen del
derecho al veto. No actuar habría supuesto quedar en evidencia,
pero no está claro el resultado de los ataques aéreos, que tienen
otros peligros para la Alianza, por varios motivos: no hay ningún
indicio de que contribuirán a imponer el acuerdo interino mediante
el despliegue pacífico de una fuerza de 28.000 efectivos; los
dirigentes de Yugoslavia han dicho una y otra vez que su Ejército
luchará contra cualquier intento de las tropas de la OTAN de cruzar
la frontera desde sus bases en Macedonia. En este sentido, un
sondeo publicado hace dos semanas mostró que el 94% de los
ciudadanos de Serbia apoyaría una guerra contra la OTAN si ésta
lanzara una «agresión», y que el 88% rechaza el despliegue de
fuerzas aliadas en Kosovo bajo cualquier condición. Incluso si
Belgrado aceptara el despliegue de la fuerza de paz, los soldados
de la OTAN tendrían que hacer frente al profundo rencor de una
población que se sentiría bajo ocupación.
Junto a la «clara posibilidad de perder algunos aviones», como
reconoció el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de EE UU,
Michael Ryan, puede ocasionar divisiones dentro de la Alianza
"Grecia, Italia y otros miembros se han mostrado reacios a adoptar
medidas de fuerza", a la vez que un grave deterioro, si no una
ruptura, en las relaciones con Rusia.
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