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WILLIAM MYERS - MADRID La negativa de Milosevic a ceder ante las bombas puede llevar a una situación de incalculables consecuencias que no ha hecho más que agravarse con la declaración del estado de guerra por parte de Belgrado.

El conflicto supone un reto para la OTAN, en su papel de garante de la paz y la estabilidad en Europa, que hace seis meses afirmó su derecho a intervenir por «imperativo humanitario», sin pasar por el Consejo de Seguridad de la ONU, donde Rusia y China disponen del derecho al veto. No actuar habría supuesto quedar en evidencia, pero no está claro el resultado de los ataques aéreos, que tienen otros peligros para la Alianza, por varios motivos: no hay ningún indicio de que contribuirán a imponer el acuerdo interino mediante el despliegue pacífico de una fuerza de 28.000 efectivos; los dirigentes de Yugoslavia han dicho una y otra vez que su Ejército luchará contra cualquier intento de las tropas de la OTAN de cruzar la frontera desde sus bases en Macedonia. En este sentido, un sondeo publicado hace dos semanas mostró que el 94% de los ciudadanos de Serbia apoyaría una guerra contra la OTAN si ésta lanzara una «agresión», y que el 88% rechaza el despliegue de fuerzas aliadas en Kosovo bajo cualquier condición. Incluso si Belgrado aceptara el despliegue de la fuerza de paz, los soldados de la OTAN tendrían que hacer frente al profundo rencor de una población que se sentiría bajo ocupación.

Junto a la «clara posibilidad de perder algunos aviones», como reconoció el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de EE UU, Michael Ryan, puede ocasionar divisiones dentro de la Alianza "Grecia, Italia y otros miembros se han mostrado reacios a adoptar medidas de fuerza", a la vez que un grave deterioro, si no una ruptura, en las relaciones con Rusia.