Los primeros contingentes de la Fuerza Internacional para Timor
Oriental (Interfet) entraron ayer en Dili, la abandonada capital de
Timor Oriental, sin haber disparado un solo tiro. «No hubo ninguna
resistencia», afirmó satisfecho ante la prensa el comandante de la
Interfet, el general australiano Peter Cosgrove. Ahora, los
soldados se dedicarán a restablecer la seguridad y ayudar a los
refugiados, que comienzan a salir de entre las ruinas o a volver a
la ciudad.
Eran las 06.45, hora local (00.45 hora peninsular española)
cuando un primer avión de transporte de la fuerza aérea australiana
aterrizó ayer en la pista del aeropuerto de Dili-Comoro,
desembarcando a unos 50 militares. Inmediatamente fue seguido por
otros dos, de donde bajó la vanguardia del total de los 2.500
soldados que se desplegaron ayer.
A partir de ahora, la Interfet tiene por misión restablecer la
seguridad en Timor Oriental, devastada por los milicianos
proindonesios, que rechazaron el resultado del escrutinio del 30 de
agosto favorable a la independencia de la ex colonia portuguesa.
Los militares tienen también la misión de prestar ayuda a las
decenas de miles de refugiados que huyeron de la violencia de las
milicias.
La ciudad que recibió ayer a las primeras tropas de la Interfet
es apenas un erial por el que vagan unos pocos civiles hambrientos
entre escombros calcinados y enseres abandonados por quienes
lograron huir o fueron evacuados a la fuerza por la milicia. Dili,
la capital de Timor Oriental, en nada recuerda el ambiente de
fiesta que, pese a las amenazas de los paramilitares pro
indonesios, presidió el referéndum del pasado 30 de agosto, en el
que el 78'5 por ciento de los votantes optaron por la
independencia.
Los milicianos, apoyados por las fuerzas de seguridad
indonesias, han dejado su huella inconfundible de destrucción y
terror. La casa del administrador apostólico de Dili, el obispo
Carlos Ximenes Belo, que sirvió de refugio a miles de timorenses
durante los feroces ataques de los paramilitares, quedó totalmente
destruida. Así toda la capital y su puerto.
El espectáculo de desolación es lo que impera en Dili, donde en
las calles la presencia de civiles es escasa y, en cambio,
considerable la de soldados indonesios. En las colinas que rodean
la capital de Timor Oriental se elevan columnas de humo que podrían
señalar las posiciones de las milicias. Mientras, en el aeropuerto,
sembrado de enseres y ropas abandonadas y llantas quemadas,
soldados australianos e indonesios colaboran en el traslado de
material militar y patrullan la zona en vehículos militares.
Mientras, la sospecha de nuevas atrocidades de las milicias pro
indonesias contra los habitantes de Timor Oriental deportados a la
parte occidental de la isla hace aún más urgente la necesidad de
protegerlos, indicaron ayer organizaciones humanitarias. «Contamos
con informes fiables según los cuales las milicias trasladan a los
timorenses concentrados en Timor Occidental, los suben en barcos,
salen al mar y en poco tiempo regresan vacíos», dijo ayer la
portavoz de Oxfam Internacional, Vicki Horne.
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