Estados Unidos, con su presidente a la cabeza, está convencido de
que los atentados perpetrados el martes en Washington y Nueva York
son algo más que un acto de terror. Son una declaración de guerra.
Y, aunque mantienen la calma y la confianza de que el presidente
George W. Bush sabrá dar cumplida respuesta a esta barbarie, un 87%
de los ciudadanos, según los primeros sondeos, cree que EE UU debe
dar cumplida respuesta militar a los culpables. Un día después del
ataque más sangriento de la historia del país, las declaraciones de
quienes, como el secretario de Estado, Colin Powell, tratan de
mantener la calma y se refieren a la necesidad de «descubrir a los
culpables y traerlos ante la justicia», no parecen suficientes.
Analistas como Charles Krauthammer subrayan, desde las páginas
de «The Washington Post», que, de lo que se trata, es «de ir a la
guerra, no a los tribunales», y sin paliativos, afirman que los que
se pronuncian tan suavemente «en un día de infamia» están,
simplemente, «equivocados». El presidente «Franklin Roosevelt no
respondió al ataque de Pearl Harbor comprometiéndose a traer al
comandante de la base aérea japonesa ante la Justicia. Se
comprometió a poner a los japoneses de rodillas», constata
Krauthammer.
Ayer, las referencias al ataque japonés de Pearl Harbor eran
inevitables, pero con diferencias enormes. Por un lado, parece
claro que los ataques del martes superarán con mucho la cota
sangrienta de los 2.390 muertos que se registraron en la base de
Hawaii el 7 de diciembre de 1941, y por otro, en aquella ocasión,
el enemigo estaba claro y bien identificado. Ahora, no tanto. Las
sospechas apuntan al islamismo radical, que aquí se tiende a
concentrar en la persona del saudí Osama Bin Laden, pero que tiene
múltiples tentáculos terroristas que lo convierten en una amenaza
evasiva y terrible, como se demostró el martes en Nueva York y
Washington.
Varios analistas coinciden en subrayar que la llamada «era
post-guerra fría» puede ya recibir con todo derecho el nombre de
«la edad del terrorismo» Y si el terrorismo declara la guerra, como
así lo creen nueve de cada diez estadounidenses, lo que pide es
«una respuesta militar, no una judicial». La pregunta es «contra
quién», y eso es lo que Bush y sus asesores tratan de delimitar.
Desde fuera, las ideas están claras. Si el responsable de los actos
suicidas es Bin Laden, y a éste lo protege Afganistán, el enemigo
está claro porque, como dijo Bush, cualquier país que proteja a los
terroristas será su objetivo: «Nuestras fuerzas armadas están
preparadas».
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