El presidente Bush prometió «ahumar a los terroristas para sacarlos
de sus cuevas», pero en Afganistán el Ejército estadounidense
intenta hacer exactamente lo contrario, detectando el calor
generado en sus refugios, para localizarlos.
Los líderes talibán y de la organización Al Qaeda utilizan para
protegerse de los bombardeos una vasta red de túneles y cuevas
heredada de la guerra contra los soviéticos, y que fue modernizada.
Para identificar los escondites subterráneos ocupados, el Ejército
estadounidense tratará de medir el calor que salga de los orificios
que pueda localizar. «El Ejército tiene numerosos equipos con ese
fin», explica Antony Fraser-Smith, profesor de geofísica en la
universidad de Stanford, «pero el mejor instrumento es el detector
infrarrojo, que transforma las radiaciones térmicas, invisibles a
simple vista, en imágenes».
Los testimonios de los arrepentidos y las informaciones logradas
de los servicios de inteligencia rusos señalan la existencia de
extensas galerías subterráneas con dormitorios, depósitos, garages
y sistemas de defensa sofisticados. Pero todos tienen su talón de
Aquiles: el calor. De una gruta vacía escapa aire frío. De una
habitada, principalmente si sus ocupantes son numerosos, escapa
siempre aire más caliente, más aún si se la calienta para
protegerse del frío, se cocina o se enciende un generador para
producir electricidad.
El inminente invierno podría incluso facilitar la tarea de los
militares estadounidenses. «Se trata de detectar el humo de
combustión de los vehículos, generadores cerca de la entrada de un
túnel», agrega Fraser-Smith. «En invierno es más fácil, hay más
contraste» entre la temperatura reinante en el exterior y el calor
que emana de la boca de esas cuevas y túneles.
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