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El asesinato del arzobispo colombiano Isaías Duarte Cancino, perpetrado el sábado (madrugada de ayer en Balears) por dos sicarios que le dispararon en la cabeza a sangre fría, confirma la descomposición social que vive Colombia y el grado de anarquía al que lo ha llevado la guerra. Monseñor Duarte fue tiroteado al salir de la iglesia del «Buen Pastor», en la ciudad de Cali después de presidir una ceremonia religiosa en la que bendijo el matrimonio de cien parejas.

Duarte Cancino se caracterizó por sus fuertes críticas a la guerrilla y al proceso de paz que llevó adelante el Gobierno del presidente de la nación, Andrés Pastrana, así como a la corrupción política y la presunta presencia del narcotráfico en varias campañas a las elecciones bicamerales del 10 de marzo.

A finales de febrero, el arzobispo de Cali dijo que sabía de la financiación de algunas campañas con dinero de las mafias, pero ante los reclamos del jefe del Estado y de varios de los candidatos, respondió que no tenía pruebas para acusar directamente a nadie. El narcotráfico ha aparecido como la primera hipótesis que consideran las autoridades colombianas en el asesinato del arzobispo, sostuvo ayer en Bogotá el ministro del Interior, Armando Estrada.