Los gestos de reconciliación entre Irak y sus hasta ahora enemigos
Kuwait y Arabia Saudí en la Cumbre de Beirut abren un nuevo
capítulo en el intrincado tablero político de Oriente Medio, en un
momento en el que EE UU mueve sus piezas en busca del respaldo
árabe para un eventual ataque a Bagdad. Los cuatro besos entre el
príncipe heredero saudí, Abdulá Bin Abdulaziz, gobernante de hecho
en Arabia Saudí, y el vicepresidente del Consejo del Mando de la
Revolución iraquí, Ezat Ibrahim, segundo en el régimen de Bagdad,
han sido interpretados como «una evidente bofetada» a la política
exterior de Washington.
El saludo no sólo pone fin a una enemistad cultivada durante más
de 12 años, sino que recalca la oposición de Arabia Saudí a una
posible acción bélica norteamericana contra Irak, y su enorme
malestar por la «inhibición» de la Casa Blanca en el conflicto
entre palestinos e israelíes. «Nos sentimos muy orgullosos de la
noble postura adoptada por nuestro hermano Arabia Saudí, que se
opuso a una agresión contra nuestro pueblo», dijo Ibrahim el
miércoles durante su intervención.
Las palabras del político iraquí hacían referencia a la
respuesta negativa que Riad le dio hace dos semanas al
vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney. Los besos, que
sorprendieron a los medios presentes en Beirut, cobran aún mayor
significado si se tiene en cuenta que Irak acusa a Arabia Saudí de
prestar sus bases a Estados Unidos para sus diarias incursiones en
el espacio aéreo iraquí. Tan significativo como los besos a Abdulá
fue el apretón de manos que Ibrahim dio al viceprimer ministro
kuwaití, jeque Sabah Al Ahmad Al Sabah. Irak y Kuwait son enemigos
acérrimos desde que el primer país invadiera en agosto de 1990 el
emirato.
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