La muerte de siete soldados y de dos niños afganos, al estrellarse
un helicóptero militar junto a Kabul, tiñó ayer de tragedia la
misión alemana en Afganistán, el día después de que el Parlamento
de Berlín prolongara la contribución a la ISAF, cuyo mando además
asume Alemania el próximo febrero.
Para el canciller Gerhard Schröder, quien expresó su condolencia a
las familias de los soldados alemanes y las de las víctimas
afganas, lo ocurrido evidencia con «especial dramatismo» los
riesgos inherentes a esa misión internacional.
Un Sikorsky CH-53 envuelto en llamas, según testigos
presenciales, hundió a la Fuerza Internacional de Asistencia para
la Seguridad (ISAF) en el más alto balance de víctimas jamás
sufrido por la Bundeswehr (ejército alemán) en una misión
internacional.
El aparato se precipitó contra una casa, a cinco kilómetros del
campamento germano y provocó esos siete muertos en las filas
alemanas, además de dos niños que jugaban en la zona y un número
aún no determinado de civiles, según fuentes afganas. Todo indica
que se trató de un accidente y el ministerio de Defensa alemán
asegura a que no hay indicios de un ataque.
Los soldados caídos, dijo Schröder, estaban realizando una
«misión llena de peligros», cuyo objetivo es abrir las puertas al
pueblo afgano a un futuro mejor, libre de la opresión y la
guerra.
El aparato hacía un vuelo de rutina, según el ministro de
Defensa, Peter Struck, quien se comprometió a un «esclarecimiento
sin lagunas» de lo ocurrido. La caída del CH-53 es el segundo
suceso grave que ha sufrido el ejército alemán en su misión afgana,
después de la muerte de dos de sus soldados -juntos a otros tres
daneses-, el pasado 6 de marzo, cuando manipulaban un viejo misil
de fabricación soviética.
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