Dicha Unión «se compromete a apoyar a las Naciones Unidas y sus
esfuerzos por garantizar la legitimidad internacional y la
responsabilidad mundial».
Cuatro Estados del antiguo bloque comunista -la República Checa,
Hungría, Polonia y Eslovaquia-, las tres repúblicas ex soviéticas
del Báltico -Lituania, Letonia y Estonia-, la república ex
yugoslava de Eslovenia, y las pequeñas islas mediterráneas de
Chipre y Malta adquieren a partir de ayer el estatuto de
«observadores» dentro de la UE, con derecho a hablar, aunque no
todavía a votar, en todas las reuniones decisorias de los
Quince.
La gran Europa, en la que se dan por fin la mano el este y el
oeste, se convierte así en una realidad de hecho, que será de pleno
derecho el 1 de mayo de 2004 cuando culmine el proceso de
ratificación del Tratado que firmaron los Veinticinco al pie de la
Acrópolis ateniense.
Esta ampliación, la más ambiciosa por su volumen, convierte a la
UE en un gigante de más de 450 millones de ciudadanos, cuyos
gobiernos prometieron «hacer frente a nuestras responsabilidades en
el mundo», apoyando la prevención de conflictos, promoviendo la
justicia y ayudando a mantener la paz y a defender la estabilidad
mundial.
Las desigualdades internas van a aumentar -la renta de los
estados adherentes no llega a la mitad de la de los Quince-, los
mecanismos de decisión van a quedar al borde del colapso y las
discrepancias en política exterior pueden provocar nuevas fracturas
como la originada por la ofensiva estadounidense contra Irak.
Para el presidente de la Comisión, Romano Prodi, «nuestro mayor
problema es la cohesión interna, y más ahora que nuestras economías
están en recesión», señaló.
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