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El hundimiento de un submarino nuclear en el mar de Barents con diez tripulantes recordó ayer la tragedia sufrida en esas mismas aguas por el naufragio del «Kursk» hace tres años y puso de nuevo en cuestión la seguridad de la Armada rusa.

El «K-159» se hundió a una profundidad de 170 metros cuando se encontraba a tres millas náuticas al noroeste de la isla de Kildin. El Kremlin reconoció que el naufragio fue debido al descuido y errores cometidos al remolcar la nave hacia el puerto donde debía ser desmantelada.

A bordo de este submarino de 109,7 metros de longitud había 10 personas, de las que sólo una de ellas pudo ser rescatada con vida, mientras eran recuperados los cuerpos de otros dos marinos. El Ministerio de Defensa ruso confirmó la muerte de nueve tripulantes.