En un intento de dar un nuevo golpe de efecto en el conflicto de
Irak, el presidente de EE UU, George W. Bush, viajó ayer de manera
inesperada a Bagdad, donde cenó con soldados estadounidenses con
motivo del Día de Acción de Gracias.
La excusa fue la festividad más tradicional en Estados Unidos y
el deseo de agradecer a sus tropas su esfuerzo para «derrotar a los
terroristas», pero la visita recordó mucho a la que hizo el pasado
1 de mayo a un portaaviones para declarar cumplida la misión en
Irak. En una de sus puestas de escena favoritas, el presidente
aterrizó en Bagdad a oscuras y se enfundó una chaqueta militar para
charlar con un grupo de 600 soldados en el aeropuerto de la capital
iraquí, a los que incluso ayudó a servir la cena. La Casa Blanca
cuidó hasta el último detalle la estancia de poco más dos horas y
media de Bush en Irak, la primera de un presidente de EE UU a ese
país, y logró mantener en secreto un viaje que se empezó a planear
a principios de esta semana, según varios medios.
El secretismo con el que se realizaron los preparativos fue tal
que Laura Bush, la primera dama, no se enteró hasta el último
momento y los padres del presidente, George y Barbara, tuvieron
noticia del viaje al tiempo que la mayoría de los estadounidenses.
Oficialmente, Bush estaba en su rancho de Crawford (Texas) para
pasar la jornada festiva con toda su familia.
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