Acudieron al colegio familias enteras, vestidas de fiesta y con
flores, para asistir a la tradicional ceremonia de apertura del año
escolar, sin saber que todos, niños y padres, se verían atrapados
por la peor pesadilla terrorista.
«Al principio, permitieron que los mayores trajeran agua de la
ducha, pero después dijeron que, como no atienden sus demandas,
nadie más recibiría agua, y no volvieron a darla, ni siquiera a los
niños», prosiguió la rehén liberada.
Los alumnos del primer grado se acababan de poner en fila para
escuchar por primera vez el timbre escolar, cuando varios grupos de
hombres encapuchados y armados hasta los dientes irrumpieron en el
patio disparando al cielo y directamente contra la masa humana.
«Al principio, pensamos que era un juego, una sorpresa que nos
habrían preparado los mayores, hasta que vimos que abatían de
verdad y se vertía sangre. ¡Fue horroroso! Empezaron a meternos
como ganado en la escuela, pero algunos echamos a correr», contó un
muchacho que logró escapar al amparo del caos y la confusión.
«En los primeros minutos, hubo muchos heridos. A los que yacían
en el patio, los remataban sin más. También mataron a los hombres
que opusieron resistencia, unos veinte en total. A varios heridos
los sacaron de la sala del gimnasio y los remataron en el pasillo»,
dijo Zalina Dzandárova. Esta testigo, de 27 años, es una de las
madres y abuelas con niños menores de dos años, en total 26 seres
humanos, que fue liberada el jueves.
Suicidas
«Los terroristas eran unos treinta, todos hombres. Al principio
hubo también dos mujeres suicidas, pero el miércoles se inmolaron
en el pasillo junto con varios hombres rehenes. Los demás nos
dijeron que sus hermanas se fueron al cielo. No les vimos las
caras, no se quitaban la máscara. Cansados no estaban, descansaban
por turnos», relató la mujer.
Agregó que los secuestradores se identificaron como chechenes
que no tenían nada que perder porque los rusos mataron a sus hijos.
Los terroristas agolparon a la mayor parte de los rehenes en el
gimnasio escolar, minaron la sala y los accesos, amenazaron con
matar a 50 rehenes por cada hombre suyo abatido y a 20 por cada
herido y colocaron niños en las ventanas como escudos humanos.
Zalina se indigna al enterarse de que las autoridades cifraron a
los rehenes en 354 personas: «Eramos un millar y medio, como
mínimo. La gente yacía hacinada, unos encima de otros, procurando
moverse menos para no gastar fuerzas».
«A los que se sentían peor, los concentraron en el vestíbulo, y
en el gimnasio obligaron a los hombres a romper todos los
cristales», para que entrara aire y, tal vez, para evitar un ataque
con gas.
Zara, madre de Umar, apenas de un año de edad, contó a «Gazeta»
que «sólo permitían alimentar a los niños de pecho; les daban un
poco de leche en polvo mezclada con agua, y dátiles».
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