Según los médicos, lo primero que confesaron los niños liberados
fue que «tuvieron que beber su orina», traumatizados por el miedo y
el calor. «Tenía sed, no nos daban agua. Decían que estaba
envenenada. Bebíamos a escondidas cuando íbamos al baño. Nos
dejaban salir rara vez. Las personas orinaban en las botellas y lo
bebían después», cuenta Asamas, de 10 años.
«No sólo los niños, sino los adultos estaban desnudos. Cuando
los guerrilleros nos ordenaban que nos tumbáramos boca abajo, nos
tumbábamos unos encima de los otros porque no había suficiente
espacio», cuenta Diana, de 14 años.
«Los bandidos exigían que dejáramos pasillos libres para que
pudieran desplazarse libremente. Amenazaban con tirar sin aviso si
un pie o una mano sobresalía», prosigue.
«Cuando todavía nos debajan ir al baño, algunos niños pasaban
escondidos a una sala vecina donde había flores. Se las metían en
la boca. Otros las escondían en su ropa interior para compartirlas
con los compañeros». Fue lo único que ingirieron durante el
secuestro.
Muchos niños habían ido a la escuela con ramos de flores para
ofrecérselos a sus profesoras con motivo de la vuelta al colegio el
1 de septiembre, el mismo día del secuestro. «Hicieron salir a
hombres del gimnasio y los ejecutaban en los pasillos», agrega la
joven.
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