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La mañana del domingo amaneció sacudida por el macabro descubrimiento de unos cincuenta cadáveres ensangrentados en un área remota al sureste de la conflictiva ciudad de Baquba, uno de los bastiones de la insurgencia iraquí.

Según el relato de la policía, algunos de los cuerpos mostraban signos de que los atacantes habían ejecutado a sus víctimas, y que se habían ensañado con sus restos. «Varios tenían un orificio de bala en la cabeza y todos las manos atadas detrás de la espalda», explicó a los periodistas el coronel Adnan Abdul-Rahman.

El militar precisó que los reclutas, chiítas que iban a ser inscritos en las fuerzas de Seguridad de ciudades meridionales como Nayaf, Basora, Kerbala y Amarah, cayeron en una emboscada cuando transitaban por Mandali, a unos 155 kilómetros de Bagdad.

En ese momento, los asaltantes, armados con lanzagranadas dispararon contra los microbuses en los que viajaban los nuevos policías, desarmados y vestidos de civiles. Una vez inutilizados los vehículos, los obligaron a bajarse y arrodillarse en hilera.

«Era un grupo bien organizado, que sabía muy bien qué hacía y a quién atacaba», apostilló el portavoz ministerial. Los insurgentes -una heterogénea fuerza que mezcla miembros del antiguo régimen y mercenarios islamistas llegados del exterior para la Yihad o Guerra Santa- atacan con frecuencia a los nuevos agentes de la Policía iraquí, a los que acusan de colaborar con las tropas extranjeras.

Una página web islamista difundió anoche un comunicado atribuido al grupo radical de Abu Mussab Al Zarqaui en el que reivindica la masacre. «Hijos de la Organización Al Qaeda del Yihad en el país de Rafidain (Mesopotamia) lograron matar a 48 cabezas corruptas miembros de la Guardia iraquí», dice el comunicado cuya autenticidad no pudo ser verificada.

Horas después de la masacre, el Departamento de Estado norteamericano anunció la muerte de uno de sus funcionarios, alcanzado por las esquirlas de un proyectil de mortero lanzado contra un cuartel ubicado en la ruta del aeropuerto.