Un millar de supervivientes, alguno luciendo con orgullo el
brazalete con el número que le dieron en el campo y el símbolo de
la categoría de preso a la que pertenecían, -judíos, polacos,
rusos, gitanos- siguieron la ceremonia de tres horas al aire libre
pese al intenso frío y la nieve que no dejó de caer.
Junto a ellos, dignatarios de cuarenta países, empezando por el
presidente ruso, Vladimir Putin, representante de los libertadores
del Ejército Rojo; el presidente de Israel, Moshe Katzav,
representante del pueblo más perseguido, y el presidente alemán,
Horst Koehler, en representación de los antiguos opresores. Putin y
Katzav fueron, junto con el presidente de Polonia, Alexander
Kwasniewski, en cuyo país está emplazado Auschwitz, los encargados
de pronunciar los discursos por parte de los dirigentes.
Dignidad humana
Por las víctimas hablaron dos antiguos presos ilustres, el polaco
Wladislaw Bartoszewski, ex miembro de la resistencia y de la
disidencia anticomunista entre cuyo méritos está haber iniciado la
reconciliación con Alemania, y la ex ministra francesa Simone Veil,
así como el presidente de la comunidad gitana alemana, Romani Rose.
El nuncio apostólico, Josef Kowalcyk, leyó un mensaje del Papa Juan
Pablo II, quien advirtió contra aquéllos que siguen atentando
contra la dignidad humana, sobre todo quienes «invocan la religión
para justificar la opresión y el terrorismo».
Rose habló en alemán, el idioma de los carceleros, y lo hizo
entre otras cosas para celebrar la presencia de Koehler y el hecho
de que se haya reconocido a los gitanos su condición de pueblo
perseguido. Bartoszewski y Veil firmaron en nombre de los presos
una Carta Internacional para la Fundación de un Centro de Educación
sobre Auschwitz y el Holocausto, en el que se espera mantener vivo
el recuerdo de lo ocurrido cuando ya no haya testigos para
contarlo.
«Hay que asumir un nuevo compromiso en esta Europa que ha
superado sus viejos demonios» y seguir alerta ante posibles
rebrotes de «locura humana», dijo Veil, quien señaló que los
supervivientes tienen «no sólo el derecho sino el deber de pedir
que se cumpla la promesa de que Auschwitz no se repetirá». Éste
será uno de los últimos aniversarios redondos en los que un número
importante de supervivientes puedan acudir a lo que Bartoszewski
describió como «el mayor cementerio de la Historia de Europa, un
cementerio sin tumbas» y Putin como «suelo atormentado».
«Yo soy escéptica respecto al futuro, pero sigo contando lo
ocurrido por si puede ser útil», explicaba una polaca de 76 años,
Kazimiera Czart, con lágrimas en los ojos, tras conversar con una
compatriota de 17 años, que le estuvo preguntando por el campo pero
sobre todo por la odisea, poco conocida, que vivieron los
supervivientes tras la guerra para encontrar a sus familias. Además
del pasado, «demasiado terrible para describirlo con palabras»,
según Kwasniewski, y de las advertencias para el futuro, los
discursos comportaron algunas referencias al presente.
El vicepresidente de EEUU, Dick Cheney, que habló en un acto
previo, también hizo referencias indirectas a los enemigos actuales
de su país y a la voluntad de Washington de derrotarlos, al hablar
del «mal, que hay que llamar por su nombre y al que hay que
afrontar». El presidente francés, Jacques Chirac, recordó
emocionado que «este lugar encarna el mal».
El presidente israelí, Moisés Katsav, precisó que «los aliados
no hicieron nada para evitar la masacre de Auschwitz. Hubiese
bastado con bombardear las vías ferroviarias que unían a Auschwitz
con Birkenbau para contener la matanza».
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